En tiempos de tuiteratura o nanotecnología, ¿qué sentido tiene seguir escribiendo microficciones? Esta preocupación recorre las narraciones de Solange Rodríguez Pappe (Guayaquil, 1976) y su libro Levitaciones, con el subtítulo Relatos para estar en el aire.
En esta era del arte posinternet se hace cada vez más necesario este tipo de libros. Nada refleja de manera más contundente el nuevo paradigma tecnológico que la literatura hiperbreve. No se puede escapar al influjo de la conectividad. Las micronarraciones, ya sea en forma de memes, vídeos, chistes, secuencia de fotos o GIF son habituales en esta era de las llamadas narrativas transmedia. La literatura contemporánea es un reflejo de lo que pasa en el mundo virtual. La brevedad se convierte entonces en algo inevitable.
Este libro se erige como un catálogo de narradores: se menciona a Patricia Esteban Arlés (epígrafe), Augusto Monterroso (“Cuando despertó el dinosaurio, todavía estaba allí el dragón”), Alberto Chimal (una dedicatoria y “Variación de un cuento de Alberto”), Borges (el tema del doble), Cortázar, Hemingway... De hecho, hay un texto vital que se tituta “Hotel La tradición” en el que una habitación carga con el peso histórico de haber recibido a celebridades que lograron escribir obras maestras. La voz narrativa femenina renta el cuarto con la intención de escribir “la gran obra literaria que mi país espera desde 1950 porque soy la esperanza que no pudieron ser otras mujeres y otros hombres”. El remate del texto es revelador: la voz decide dejar el hotel porque no puede concentrarse por el ruido de tantas voces masculinas que pululan en el ambiente. Sin embargo, parecería ser que el espíritu del libro es inscribirse en la tradición de la narrativa breve, aludiendo a los grandes temas de los maestros del género. Esto no representa una contradicción, lo contrario: es un acto de fe. Por esta razón, no es gratuito que “Un retorno al tema del doble” proponga un canon narrativo femenino con dos de las más importantes narradoras latinoamericanas.
La voz narrativa sueña en ese texto con Samantha Schweblin (ducha en el relato largo) y Ana María Shua (la máxima exponente del relato hiperbreve en lengua española). No hay que ser semiólogo para captar la propuesta entre líneas: hay que salir de la tradición (como el nombre del hotel) ligada a lo patriarcal para ir hacia lo femenino (habría que evaluar cuánto pesa la referencia no solo a las dos escritoras argentinas, sino también a las situaciones que emanan de la misma condición femenina). No por nada en un texto se lee: “Toda mujer profunda sabe que, si hurga un poco en su interior, puede encontrar en su vagina algunas conchillas de un mar de la infancia”. Esta es una poética de lo femenino (desde lo cotidiano) pero en otros textos se pone en el tapete una poética de lo que es ser una mujer-escritora: “Después de una lectura la felicitan siempre por tener voz femenina y no lo entiende, porque no concibe que ella pudiese hablar de otra manera”.
Esta postura ginocrítica ya está presente en la portada que es de por sí un arte poético. Se trata de una representación de Irma Vep (anagrama de Vampire), el primer personaje en la historia del cine que rompe los moldes de la femme fatal. La película Les Vampires (1915), en la que aparece por primera vez este personaje, supuso una ruptura de todos los estereotipos femeninos al presentarnos a una mujer cubierta de negro de la cabeza a los pies, con pelo corto, en contraposición con las seductoras féminas que mostraban sus largas cabelleras y tradicionales vestimentas. No hay nada de gratuito en poner a Irma Vep en la carátula. Estamos ante una propuesta, no solo de levedad en lo temático y lo formal, sino un anuncio de lo que será la puesta en escena conceptual de los cuentos.
Esa mise en scene de Rodríguez Pappe trata de evitar el peso de lo convencional, rompiendo patriarcalismos inútiles, empujando al lector al abismo de lo insospechado. No lo hace desde la ciencia o la religión, desde la mecánica cuántica o los ritos chamánicos. La escritura flota entre temas cotidianos, amatorios y eruditos, en textos de aparente liviandad que siempre ocultan más de lo que enseñan. Para despegar los pies de la tierra (eso es levitar), la narradora se apoya en diálogos con otros escritores de su misma especie que ya hemos nombrado líneas atrás.
Esta es la respuesta a la pregunta inicial (¿qué sentido tiene seguir escribiendo microficciones?): hay que seguir levitando para seguir en el círculo virtuoso de la tradición de la ruptura de la que hablaba Octavio Paz. Este resulta ser el verdadero sentido de estos “Relatos para estar en el aire”: sobrevivir a los ruidos de los otros escritores de la tradición para conseguir el cuarto propio. En definitiva, son cuentos que pertenecen, ya no a la narrativa hiperbreve, sino a la buena literatura.
Marcelo Báez Meza
Escuela Politécnica del Litoral,
Guayaquil