KIPUS: REVISTA ANDINA DE LETRAS Y ESTUDIOS CULTURALES,
No. 46 (Julio-Diciembre, 2019), 7-11. ISSN: 1390-0102
Fecha de recepción: 2 de abril de 2019 Fecha de aceptación: 29 de mayo de 2019
Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador
RESUMEN
Este texto es un tributo al poeta modernista ecuatoriano Medardo Ángel Silva, al cumplirse este 2019 el centenario de su fallecimiento. Se destaca las razones de por qué Silva es un poeta “vivo”, autor de un libro tan fundamental en la tradición y en la historiografía de la literatura ecuatoriana de inicios de siglo XX como es El árbol del bien y del mal (1918); el retorno (“involución”) del poeta ante el clasicismo y los logros del cronista que supo dar cuenta de los nuevos escenarios y conductas de la ciudad y los procesos de modernización. El autor también celebra el trabajo y aporte del historiador y biógrafo de Silva, Abel Romeo Castillo, cuya obra y acciones para que el legado de su amigo no quede en el olvido, fue y es vital a la hora de examinar la vida y escritura del poeta y cronista guayaquileño.
Palabras clave: Ecuador, modernismo, Medardo Ángel Silva, Abel Romeo Castillo, poesía, cronista, ciudad, historia, Guayaquil.
ABSTRACT
This text is a tribute of the Ecuadorian modernist poet Medardo Ángel Silva, in commemoration of the centennial of his death, in 2019. It highlights the different reasons why Silva is a ‘living’ poet, author of one of the most influential books in the tradition and historiography of early XXth century Ecuadorian literature, El árbol del bien y el mal (1918). It also draws attention to the return (“involution”) of the poet in the face of classicism and his achievements as a chronicler who was able to provide an account of the city’s new settings and conducts as well as processes of modernization. The author also celebrates the work and contributions of Silva’s biographer, the historian Abel Romeo Castillo, whose work and actions to keep his friend’s legacy from oblivion, were and are vital when we examine the life and writing of the Guayaquilean poet and chronicler.
Keywords: Ecuador, modernism, Medado Ángel Silva, Abel Romeo Castillo, poetry, chronicler, city, history, Guayaquil.
El 10 de junio de 2019 marcó la conmemoración de los cien años de la muerte del poeta guayaquileño Medardo Ángel Silva, quien había nacido el 8 de junio de 1898. Murió recién cumplidos veintiún años: una vida corta en el tiempo, sin duda, pero intensa y plena a juzgar por su producción artística.
Es curioso, pero en realidad, al rememorar el centenario de su muerte, estamos celebrando el hecho de que gran parte de su obra puede seguir siendo leída y disfrutada por quienes se asoman a los textos del escritor. De hecho, no solo por ser leído y recitado en el espacio escolar, la figura intelectual y la obra literaria y periodística de Silva continúa siendo muy atractiva porque cada vez más los tiempos nos proveen de nuevas herramientas para entender cómo funciona la literatura y qué efectos produce en quienes se dejan llevar por ella.
Más allá de las circunstancias institucionales necesarias de las efemérides, que también pueden darse bajo el manto de lo retórico y lo puramente formal, es importante pensar qué aspectos de la obra de Silva debemos seguir preservando, digamos, para los próximos cien años. En primer lugar, toda revalorización del poeta debe superar la idea por la cual se establece que los modernistas ecuatorianos (Silva incluido) de comienzos del siglo XX eran unos escritores que se atrincheraron en sus torres de marfil (casi siempre hecha de lírica) y que por tanto escribieron una literatura de corte escapista.
Hay sustantivas aproximaciones en la última década que nos llevan a pensar todo lo contrario: los modernistas (Silva incluido) fueron activos comentaristas de lo que en sus localidades estaba sucediendo, ya fuera en términos sociales, culturales o literarios. Por tanto, el Silva de este centenario es un escritor que, sobre todo a través de las páginas de diario El Telégrafo y de varias revistas literarias, intentó incidir en la realidad que él vivía y padecía.
Particularmente en las crónicas sobre Guayaquil, Silva armó un discurso crítico que le permitió, en tanto escritor, ejercer su ciudadanía por medio de la palabra. Incluso existen poemas firmados por él que metaforizan la ciudad, algunos de corte cívico, más cercanos al arte del siglo XIX, pero que están mostrando que Silva tenía opiniones formadas acerca de cómo se iba desarrollando el puerto de Guayaquil. A fin de cuentas, la poesía es también opinión pública, en el sentido de que aquella exterioriza un sentimiento que nace impulsado por la intimidad y el pensamiento interior.
En segundo lugar, el Silva que hay que recordar es aquel que fue consecuente con el proyecto moderno, esto es, un intelectual que se esforzó por hacer que el arte y la literatura encontraran un nicho en un espacio ciudadano que requería extender la práctica de la lectura. Al acercarse a la prensa, con sus artículos Silva consiguió, en cierto sentido, masificar el interés por el arte entre su público lector.
Pensar una cultura ciudadana en la que el arte tuviera un lugar reconocido es sin duda uno de los gestos divulgativos más potentes que permiten redimensionar el trabajo del poeta en un contexto más amplio. La comunicabilidad, por ejemplo, de la faceta de Silva como publicista debe ser rescatada, pues él practicó un mensaje publicitario sostenido en efectos sonoros como los de la lírica, lo que puede ser interpretado como parte de este afán de llenarlo todo con poesía, pues, para él, la lírica era una de las cifras de mayor hondura para reconocer la frágil condición de los humanos.
reconocer la frágil condición de los humanos. En tercer lugar, el Silva que debe permanecer es el que muestra que, para construir una opinión y para crear poesía, se requiere de una práctica lectora constante y permanente. El mismo Silva en sus poemas explaya su cultura no con el ánimo de ofender al iletrado, sino para subrayar que escribimos y producimos ideas a partir de una serie de tradiciones que deben ser, ciertamente, contestadas y comentadas, pero finalmente tomadas en cuenta, consideradas.
El ‘cultismo’ de una parte de la lírica de Silva encuentra justificación en la idea de que las tradiciones culturales, que nos llegan por medio de la lectura y la instrucción, son importantes para hacer sólidos nuestros replanteamientos sobre ellas mismas. En una sociedad como la de hoy, que ha aceptado la multiculturalidad como constitutivo de su ser, reconocer el valor de las tradiciones culturales antiguas es fundamental, precisamente para seguir enriqueciendo lo nuestro con la tradición, y darle a la tradición, con lo nuestro, un impulso renovador.
En cuarto y último lugar, por ahora, debemos reconocer en Silva a un intelectual que vivió sus propias contradicciones, en un momento en que los procesos de modernización en la periferia hacían imaginar un cierto progreso general de nuestras urbes. Como he sostenido, es increíble cómo la poesía de Silva posterior a El árbol del bien y del mal (1918) fue ‘involucionando’ hacia cierto clasicismo y, en cambio, sus crónicas urbanas lo sitúan como un atento observador activo de la sociedad, poniendo los pies en el siglo XX a partir del descontento y el juicio crítico.
También nuestras contradicciones definen nuestros modos de comprender el mundo que nos rodea, y Silva estuvo acaso atascado entre dos tiempos. No en balde su gesto del suicidio está signado por un cierto aire de poeta romántico que amenaza con quitarse la vida delante de su amada que ha empezado a desdeñarlo. Esa teatralidad de su muerte forma parte de las paradojas que Silva llevó en cuerpo y alma en un ambiente que no era propicio para el desarrollo completo del artista.
El centenario que conmemoramos es el de Silva. Pero todo lo que con cierta solidez podamos decir del escritor, además de releer sus escritos literarios y estudiar el contexto en que se produjeron, proviene principalmente de los estudios que sobre el poeta realizó el también poeta Abel Romeo Castillo (1904-1996). Historiador profesional, graduado en la Universidad de Madrid, él autorizó sus investigaciones con la prueba, el documento, el archivo y la revisión de la prensa. Por varias décadas estuvo dedicado a recopilar material sobre Silva. Entrevistó a cientos de personas contemporáneas de Silva, a los compañeros de letras y vecinos, a los condiscípulos de la escuela y familiares, especialmente a la madre del poeta.
Castillo conoció personalmente a Medardo (seis años mayor que aquel), lo trató, lo oyó hablar, lo escuchó tocar el piano, “con la maravillosa digitación de un virtuoso”, lo vio trabajar en su escritorio de El Telégrafo; incluso Silva le mostró los cuadernos en los que escribía a lápiz sus poemas. Por eso, cuando estuvo encargado de la presidencia del Núcleo del Guayas de la Casa de la Cultura, de 1946 a 1948, organizó series de conferencias sobre Silva. Y en los años 1964 y 1965 dirigió la aparición de cinco volúmenes, en formato popular, de las Obras completas de Silva. Con estos tomos, Castillo puso de relieve la tarea de Silva no solo como poeta, sino como prosista, en sus facetas de cuentista, cronista y crítico. Castillo fue el primero en posibilitar un estudio más global de la figura intelectual de Silva, que se concretó en su libro Medardo Ángel Silva: vida, poesía y muerte. Con una completa bibliografía seguida de una breve antología en verso y prosa y 24 fotografías relacionadas con el poeta (Guayaquil: Banco Central, 1983; reeditado en Quito: Paradiso, 2019). Por todo esto, la tarea dedicada de Abel Romeo Castillo debe ser reconocida también en este centenario.
En una de las secciones del único libro que cuidó y publicó en vida, leemos unas “Divagaciones sentimentales”, fechadas en 1915-1916, cuando el poeta andaba por los 17 años:
Vida de la ciudad: el tedio cotidiano,
los dulces sueños muertos y el corazón partido;
vida exterior y hueca, vida falsa, ¡océano
en que mi alma es igual a un esquife perdido!
La ciudad, en Silva, fue el espacio de las contradicciones, el lugar de las ideologías que enmascaran. También la ciudad le permitió construir un anhelo moderno que es la marca de su trabajo literario. Por eso, para Silva, la Poesía (así con mayúsculas, casi como un escudo), llegó a tener un lado sagrado que le permitió, hasta que pudo, vérselas con el tedio de la vida moderna. Su literatura permite comprender las vicisitudes de ser ciudadano y de ser poeta en esas urbes que prometían grandes cambios.
1 Este texto es una revisión y ampliación de mi nota “Medardo Ángel Silva en cien años más”, Cuadernos de la Casa (Guayaquil) 5, (junio 2019): 24-5.