KIPUS: REVISTA ANDINA DE LETRAS Y ESTUDIOS CULTURALES,
No. 43 ( enero-junio, 2018), 135-138. ISSN: 1390-0102


RESEÑA


Tormenta de arroz - Sandra De la Torre, Ilustrado por Sofía Zapata (Sozapato), Quito, Libresa, 2017, 38 p.


Damsi Figueroa Verdugo - Universidad de Concepción, Chile




Tormenta de arroz es el primer cuento para niños publicado por Sandra De la Torre Guarderas e ilustrado por Sofía Zapata, Sozapato. De la Torre ya había publicado, con una excelente recepción del público general y de la crítica especializada, una variedad de obras literarias del género poesía, dentro de las que, las dirigidas al público infantil, ocupan un lugar relevante. Lanzado en junio de 2017 por la editorial quiteña Libresa, Tormenta de arroz cuenta con la “recomendación del Concurso internacional de literatura infantil Julio C. Coba, 2016”. Nos sumamos a esta recomendación por los múltiples motivos que expondremos.

Siguiendo, en primera instancia, los fundamentos de la didáctica de la lectura, hay que destacar el valioso trabajo artístico exhibido en el diseño de este libro que une narración literaria y narración visual, y que acerca esta producción editorial al concepto de libro álbum, donde la imagen engloba el texto y sirve como correlato, intensificando de manera lúdica las posibilidades de interacción del niño con el libro o, en el mejor de los casos, del adulto con el niño a través del libro. Sin olvidar que el libro –una herramienta, además de una obra en sí misma– apunta a fortalecer los lazos de unión afectiva, el intercambio y la construcción de valores para el buen vivir en el amor y el respeto entre seres de todas las edades y, como apunta este libro en especial, entre seres de todas las especies. No es errado abordar este bello cuento desde los valores que “construye” –que preferimos al verbo transmitir o enseñar–, ya que, como toda buena literatura, su lectura abre mundos y nos obliga a enfrentarnos a los problemas, conflictos y disyuntivas presentes en esos mundos a los que aspiramos traspasar mediante el acto dialógico que es la lectura y, especialmente, la lectura compartida.

“Hablar con Dios” sigue siendo, en la literatura infantil de De la Torre, el nudo dramático de sus historias; en este tema se condensa y moviliza el sentido de lo poético que orienta toda su obra creativa: el acceso a los estados maravillosos de la conciencia que permiten construir una visión del mundo y de la vida, basados en la trascendencia del ser. El hecho de que esta poética se desarrolle con una intensidad y una orientación mucho más evidente en su escritura para niños se fortalece por dos razones: una didáctica – una didáctica espiritual sin duda–, en el sentido de la formación del espíritu del niño, como lo elaborara Rabindranath Tagore, y otra que, funciona en sentido, sino inverso, complementario: el niño es fundamental en la formación del adulto creativo y de una humanidad que no debe perder el poder de la palabra, señalado en este poder hablar con Dios, con la Diosa, no solo para pedir, como en un primer momento lo hace el pequeño narrador de nuestro cuento, sino para indagar en los misterios más complejos de la existencia humana, desplazando la mirada, transformando la experiencia más íntima del ser, transformación que va desde la desazón –cuando Dios nos dice que NO (porque Dios también nos dice que NO)– hasta la condensación del principio esperanza que pugna para hacer emerger-converger el milagro.

¿Cuándo fue la última vez que hablamos con Dios o con la Diosa? ¿Dónde están nuestros dioses en la poesía latinoamericana? El precedente más notorio de este tema central en la poética de De la Torre lo encontramos en el poemario Cuando cierro mis ojos: Poemas para hablar con Dios, escrito en coautoría con María Luz Albuja y publicado en 2015 por B&H Publishing Group. Sobre este libro, el escritor boliviano Gabriel Chávez Casazola comentó:

“De esta manera Sandra de la Torre y María Luz Albuja recuperan una dimensión casi olvidada de la poesía y le prestan voz a una de las experiencias más maravillosas de la existencia: poder conversar de tú a tú con Dios”.

Para lograr la ecuación que nos permite descifrar la poética de De la Torre, nos remitimos a sus propias declaraciones: “Los niños son poetas en estado natural”. Sean estas premisas presentadas las que nos lleven a penetrar el enigma de lo poético dominante en toda la escritura de De la Torre y que ella misma nos devela en uno de los poemas visuales pertenecientes a su libro de poemas, El hueco en el zapato (2012), merecedor del prestigioso premio de poesía Paralelo Cero 2011-2012: “Hay fronteras que marcan retorno, circunscriben muerte. Por más que se ande en los extramuros no se alcanza a permear el borde. Es como estar siempre al filo de la cama contracturando el deseo. No se sale del hueco sin remover puntos de referencia. Realidades superpuestas emergen y sucede el milagro. Se pasa de un plano a otro”.

Ya podemos ofrecer un comentario a Tormenta de arroz, siguiendo las claves de la poética de su autora. Perro vive no solo el abandono, sino la crueldad y el más crudo sadismo por parte de quienes, a punta de golpes, piedrazos y botellazos, lo han dejado en un estado de cuasi agonía. Aun así, Perro, despeludo y cojo, busca sonreírle a la vida con su media sonrisa que muestra su encía pelada, todo endulzado por sus ojos que son dos pocitos de miel. En el desamparo total, a nada distinto puede aspirar Perro que no sea a una muerte lenta en los extramuros de una sociedad impiadosa y egoísta. Vale mencionar que aquí la pobreza no solo es símbolo de maldad: en la poética de Sandra De la Torre, así como en la poética de Wilson Córdoba, otro escritor ecuatoriano, “La pobreza está ligada a la maravilla”. Las vías de comprensión que nos permiten constatarlo se delinean desde el primer poemario de Sandra De la Torre, El hueco en el zapato. Si por un lado la violencia ha mermado la vitalidad de Perro, por otro están las ansias de amar que guían la vida de todo niño, como es el caso del niño narrador de esta historia, la voz que presenta la vida de Perro, como un antecedente de su propia historia: la de un pequeño que desea, con todas sus ansias, que su perro de peluche se transforme en un perro de verdad y la de una mamá que no puede estirar más su corazón ni desplazar sus propios sueños por cuidar y amar a un nuevo integrante en la familia.

El estado de las cosas se invierte gracias a la convicción del niño y a la flexibilidad del corazón de la madre: En un corral de adopción se encuentran Perro, niño y madre. Durante mucho tiempo el niño había practicado un rezo creado por él, lleno de ternura y aparente ingenuidad: “Señor del cielo y del mar,/ gran comandante de la lluvia y los truenos,/ tú que miras mi llanto en la almohada/ después de que mamá ha dicho que no,/ olvida el PlayStation, la trompeta y la bici;/ olvida la guerra de las galaxias./ Una sola cosa quiero en el mundo:/ haz que Pitín mueva su cola,/ lama mis manos,/ salte conmigo,/ ¡sea un cachorro/ de purita verdad!”. Jugando entre las posibilidades de un verosímil real maravilloso, Pitín, el perro de peluche, va tomando ciertas dotes de genuina vitalidad que no son otra cosa que el amor del niño proyectado sobre su juguete-compañero favorito. Y Dios y la Madre, que han dicho que NO, ambos basándose en las más realistas y no egoístas razones, asisten al milagro: ambos forman parte de las piezas exactas en el cosmos que acoge la realización del deseo del niño. Perro, que no sabe desear, más que un poco de comida para sobrevivir, se transforma en el verdadero milagro: Rubato (el nuevo nombre de Perro) y Pitín, coexistirán alegrando la cotidianidad y los juegos de una misma familia. Ambos opuestos: Pitín: lo inanimado –que bien puede representar la muerte, no como fatalidad, sino como constancia con la cual hay que saber vivir– y Rubato, representando el principio esperanza: ambas caras de la existencia conviviendo juntas (tal como exhibe la portada del libro, donde Pitín y Rubato ríen abrazados), reveladas, expuestas a la interrogación y al análisis, pero sobre todo dispuestas a celebrar la vida, el arte, la música, el amor.

Damsi Figueroa Verdugo
Universidad de Concepción, Chile