Hasta hace un tiempo, Sylvia Plath (1932-1963) estaba unida indisolublemente a la figura del que fuera su marido, Ted Hughes, a modo de apéndice. La sombra del inglés era demasiado alargada y opacaba la valía de la norteamericana. Desde que comenzaron a publicarse los textos de Plath sin las modificaciones de Hughes, la autora de Ariel ha adquirido personalidad propia y vuelo literario más allá de su mito hasta convertirse en un hito, siempre presto a resurgir. Esta biografía supone un paso más en esa dirección y resulta curioso que hayan pasado 16 años hasta que una editorial, la española Barlin Libros, la haya publicado.
Plath, influenciada por Theodore Roethke, Robert Lowell y Anne Sexton, forma parte de la triada capitolina con Elizabeth Bishop y Emily Dickinson y está encuadrada en la poesía confesional por su lenguaje místico y visionario y la preponderancia de los traumas del yo y es esa su gran contribución poética: versificar un yo oprimido por medio de elegías que alertan de la opresión social sufrida. Plath proyecta sus experiencias traumáticas sobre las heridas de la historia, que le proporcionan al sufrimiento personal una magnitud más amplia.
Paul Alexander, uno de sus editores y autor de una biografía de Salinger, inicia este libro por el final, por el conocido suicidio de Sylvia Plath, retratada como una escritora concienzuda, capaz de reelaborar diez veces un poema y de escribir a altas horas de la noche quitándole tiempo al sueño. Alexander muestra que la muerte de su padre Otto Plath marca la infancia de Sylvia tanto como los poemas que le leía su madre Aurelia. Sylvia Plath publica su primer poema a los 8 años, pierde de vista el mar a los 9 y con 12 asiste a una representación de La tempestad de Shakespeare que le inocula a Ariel. Es una excelente estudiante que disfruta con la lectura de Dickens, Verne y Austen y que en 1949 ya tenía como bagaje lector a Esquilo, Thomas Mann, Platón, Thomas Hardy, Ruskin, Aldous Huxley, Edith Warton, Sinclair Lewis y El guardian entre el centeno, libro que influyó en ella (y en tantos otros) hasta el punto de que La campana de cristal se inspira en dicha obra. Plath, quien toma el hábito de escribir sus vivencias personales para tener un punto de partida en sus obras literarias, comienza a publicar textos en revistas y a ganar premios literarios, pero sus desórdenes anímicos, su angustia vital y sus sombras emocionales truncan su creatividad y anidan, en el verano del 53, la idea del suicidio en su interior.
A los 22 años cuenta con 220 poemas escritos, una cantidad que aumenta con el transcurrir del tiempo por una satisfactoria necesidad vital de escribir, a pesar de contratiempos que desmoronan su endeble fortaleza, como el escaso éxito de su primer poemario, El coloso, al que alguna crítica achaca la imitación a John Crowe Ranson y a Marianne Moore.
El inicio del éxito literario de Hughes coincide con una etapa baldía para Plath, lo que motiva un complejo de inferioridad que se mezcla con los celos en un volcánico cóctel indigesto. Hughes no solo condiciona su presente (canaliza su poética), sino también su futuro (albacea). El seductor de Cambridge aconseja a su mujer memorizar un poema al día para mejorar su escritura, aunque la poeta se esconde tras su fuerte espalda por temor al fracaso. Y es que cada poema publicado es, para ella, un aporte de energía y de ánimo, un motivo para seguir escribiendo. Sin embargo, la infidelidad de Hughes cercena la resistencia de Plath y la falta de autoestima y la depresión hacen el resto. El trágico momento es en plena hora azul, en el mismo apartamento en el que vivió su admirado W. B. Yeats. Las ventas y los comentarios literarios (que en vida no obtuvo) se suceden, George Steiner sostiene que “ella misma simboliza las especificidades, honestidades y riesgos de la condición de poeta” y Robert Lowell apunta que “la forma de su sentimiento es la de una alucinación controlada, la autobiografía de una fiebre”. Sin embargo, “Ted no pudo escapar de las consecuencias de la vida con ella. Ni tampoco de su muerte” señala con razón el autor.
No es una biografía escrita desde el rigor filológico, no se indica la fuente de cada cita (ni siquiera de los diarios) y se han deslizado algunas incómodas erratas. Además, se echa en falta una bibliografía y una cronología, hay algunas andanzas juveniles superfluas y la proliferación exhaustiva de datos mundanos solo adorna la narración, pero en esencia agradará a los interesados en Plath.
Carlos Ferrer
Academia de Artes Escénicas de
España