KIPUS: REVISTA ANDINA DE LETRAS Y ESTUDIOS CULTURALES,
No. 43 ( enero-junio, 2018), 7-9. ISSN: 1390-0102
Raúl Serrano Sánchez - Editor de Kipus: revista andina de letras y estudios culturales
Porque todos somos oriundos de una celeste
comarca en la que el oro aún no es metálico,
y el agua es solo un tenue esquema vaporoso.
Todos hemos venidos de allá, pero son pocos
los que pueden retornar a voluntad.
C. Dávila Andrade, “Teoría del titán contemplativo.
Ensayo sobre la poesía de Jorge Carrera Andrade” (1948).
Y la poesía, el dolor más antiguo de la Tierra,
bebe en los huecos del costado de San Sebastián
el sol vasomotor
abierto por las flechas.
C. Dávila Andrade, “Profesión de fe”,
Poesía del gran todo en polvo(1967)
En 2018 se cumple el centenario del natalicio de César Dávila Andrade (Cuenca, 1918-Caracas, 1967), uno de los mayores poetas y narradores del Ecuador y América Latina de la segunda mitad del siglo XX. La obra del Faquir, llamado así por sus amigos y allegados por la inclinación de Dávila al estudio del esoterismo y las ciencias ocultas, es hoy por hoy referente vital.
Desde su primer texto “La vida es vapor” (Cuenca, 1934), de manifiesta intenciones vanguardistas, hasta llegar a uno de sus poemas mayores y fundacionales por todo lo que implica y connota en la tradición ecuatoriana y latinoamericana: “Boletín y elegía de las mitas” (1959), más los textos de lo que algunos críticos denominan su periodo “hermético”, se ha convertido, junto a su narrativa y ensayística, en fuente de continuos y renovados descubrimientos para los y las nuevas lectores y autores.
Dávila Andrade, huyó de su ciudad natal a temprana edad. Ese deambular fue un aprendizaje intenso en su condición de “desterrado”. La estrechez del medio, en todo el amplio sentido de la palabra, más la tensa relación con su padre, lo llevó a tentar e intentar otras experiencias e identificar otros lugares y escenarios. Así en la década del 40, luego de una estadía breve, en la que hizo de camarero en Guayaquil, arribó a Quito. Eran los años de la revuelta popular y democrático-burguesa contra el gobierno del plutócrata Carlos A. Arroyo del Río. Uno de los pocos logros de esa revuelta que no llegó a ser lo que para algunos es una “revolución”, bautizada como “La Gloriosa”, fue la creación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana (1944). Proyecto empujado por el ensayista Benjamín Carrión y su amigo, para entonces ministro de Educación, Alfredo Vera.
Dávila Andrade va a mantener una relación con Quito que parte por explorar, descubrir y reinventar sus sótanos neblinosos, aquellos paraísos artificiales e infiernos secretos que solo su condición de “desterrado” le permitirá conocer; un descenso que lo llevará a relacionarse con las criaturas de la noche, con los réprobos del cielo, los seres más abyectos y alucinantes de los que luego entre versos y cuentos irá dando sus desciframientos desconcertantes. Los amigos de la época (es célebre el pasaje en la novela de Jorque Enrique Adoum, Entre Marx y una mujer desnuda (1976), que da cuenta de la condición de personaje excepcional que llegó a adquirir el Faquir), lograron que el maestro Carrión lo incorpore como parte del personal de la editorial de la recientemente creada Casa de la Cultura Ecuatoriana. Ahí, Dávila se desempeñó como corrector de pruebas. Un trabajo que cumplía en condiciones de ser un personaje y poeta excepcional (jamás un burócrata), algo que un creador lúcido como Benjamín Carrión entendió a la perfección.
La relación con la quiteña Isabel Córdova, 15 años mayor que el Faquir, significó, al decir del escritor y experto en su obra, Jorge Dávila Vázquez, construir un espacio de cierta tranquilidad; una pausa dentro de la vorágine del mundo secreto y delirante que habitaba el poeta en el laberinto oculto de Quito. Un respiro, que según el testimonio del novelista Pedro Jorge Vera (Gracias a la vida, 1993), también significó el cambio o un giro de conducta que, si bien implicó que el Faquir se concentre en algunos proyectos escriturarios (que la literatura agradece), esa “estabilidad” también tuvo su costo en términos de lo que había sido su modus operandi como un intenso y difuso habitante de la noche. Esos años fueron, las década del 50 al 60, los años venezolanos. Una estadía en la ciudad de Caracas en la que Dávila se vincula a intelectuales como Juan Liscano, fundador de la histórica revista Zona Franca, y el periodista y novelista Miguel Otero Silva, entre otros. Fue precisamente Zona franca la que le dedicó una amplío e intenso tributo al poeta luego de su suicidio en mayo de 1967.
El Faquir sentía con un corazón y alma desbocados, y escribía con ambas manos. Es un poeta que nunca dejar de desconcertar a propios y extraños, y un narrador (hay que sumar el ejercicio del ensayista y crítico perpicaz), cuyas ficciones, por lo que cuentan y cómo lo cuentan, siguen moviéndonos el piso. En el cuentista, la irrupción –sin que esto llegue a atentar al discurso ficcional– del poeta es continua, siempre lúcida, acertada y contundente. Todas las narraciones recogidas en Abandonados en la (1952), 13 relatos (1955), Cabeza de gallo (1966), dan cuenta de ello. Las historias de Dávila nos participan de un mundo que está poblado de rostros, máscaras, voces, olores, sabores y colores de lo que es su aldea, ese “lugar de origen”, como diría el poeta Jorge Carrea Andrade, del que el Faquir nos participa como si fuera una combinatoria alucinante y alucinada, sin perder sus particularidades, de La Hondura de José de la Cuadra, la Comala de Rulfo, la Santa María onettiana y el Macondo garcíamarquiano. Una geografía, un lugar no identificado al que el Faquir dotó de aquello que solo su sensibilidad extraordinaria, su ojo, su alma sometida a continuas batallas y su palabra certera e implacable, pudieron llegar a fundar.
Gratitud y reconocimiento a los amigos y colegas que con sus textos se han sumado a este tributo de Kipus al Faquir: Manuel Espinosa Apolo, Alicia Ortega Caicedo y Vicente Robalino.
Raúl Serrano Sánchez
Editor de Kipus: revista andina de letras y estudios culturales