KIPUS: REVISTA ANDINA DE LETRAS Y ESTUDIOS CULTURALES,
No. 44 ( julio-diciembre, 2018), 7-12. ISSN: 1390-0102


Presentación


Alicia Ortega Caicedo - Coordinadora del dossier Área de Letras y Estudios Culturales, Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador



En los comienzos de la filosofía, antes que nuestro modo de pensamiento
se cerrara en el horizonte de un lenguaje entendido como la traducción
de una idea, Platón –recordando a los atomistas– habló en el Timeo
de una chora, receptáculo arcaico, móvil, inestable,
anterior al Uno, al padre e incluso a la sílaba,
designado metafóricamente como nutricio y maternal

Julia Kristeva, Al comienzo era el amor


No se puede escribir sin la fuerza del cuerpo
Marguerite Duras, Escribir

Decir que el lenguaje y la escritura son indiferentes a la diferencia
genérico-sexual refuerza el poder establecido al seguir encubriendo
las técnicas mediante las cuales la masculinidad hegemónica disfraza
con lo neutro –lo im/personal– su manía de personalizar lo universal

Nelly Richard, “¿Tiene sexo la escritura?”

LA IDEA DE este dossier responde al interés por pensar, de manera conjunta, un significativo corpus literario que hace parte de la narrativa contemporánea producida por escritoras mujeres en América Latina. No se trata de un trabajo de carácter representativo, menos aún del trazado de un mapa de aliento exhaustivo. Este proyecto busca reconocer en diferentes ámbitos geográficos del horizonte latinoamericano escrituras que expresan la “presencia del presente” y nos interpelan desde una manifiesta contemporaneidad. ¿Qué tiene el presente que nos interesa tanto?, se pregunta Boris Groys. El presente, desarrolla el filósofo alemán, ha dejado de ser un punto de transición entre el pasado y el futuro. Y, así, no dirigido a ningún futuro (en el sentido unidireccional, de progreso y desarrollo), deviene el presente tiempo improductivo, suspendido, no homogéneo, excesivo: “tiempo perdido y no teleológico” en tanto ha sido sustraído de la Historia. Ser “con-temporáneo” significaría estar “con el tiempo”, ser un “camarada del tiempo”, colaborar con él cuando este tiene dificultades: “Y bajo las condiciones de nuestra civilización contemporánea, orientada hacia la realización de un producto, el tiempo de hecho está en problemas cuando se lo percibe como improductivo, perdido, sin sentido” (Groys 2015, 93). Podemos entonces pensar que la escritura contemporánea es aquella que se fragua y agita en el lapso de la demora, de la vida en la demora de su materialidad que no es sino exposición de su continuo hacerse y manifestación de un presente en compromiso con el pasado (en resonancia con la pregunta que nos propone Benjamin: “¿Acaso no nos roza, a nosotros también, una ráfaga del aire que envolvía a los de antes?”) y el futuro (ese que emerge cuando se interrumpe y salta el continuum de la historia) (Benjamin 2005, 18). En el lapso de ese aplazamiento se genera un múltiple y heterogéneo abanico de experiencias que no dejan de interrumpir la aparente fluidez del aquí y del ahora. Se trata de un presente que se fragua en la fulguración del instante; por tanto, el lenguaje que lo narra es uno que se intensifica hasta límites imprevistos, en donde la palabra se suelta, se exalta, se desacomoda, adquiere espesor, se extraña, se sale de su propio molde para reinventarse.

Cuando de un dossier acerca de escrituras de mujeres se trata, resulta oportuno volver sobre la pregunta que formuló Nelly Richard en 1989: “¿Tiene sexo la escritura?”. Richard parte por tomar distancia de la crítica que desatiende la materialidad sígnica, y en su lugar busca contenidos vivenciales de lo “femenino”. Tal lectura, a ojos de la pensadora chilena, privilegia un tratamiento realista y figurativo de la literatura (supuesto de verosimilitud), y hace de lo femenino una identidad-esencia en singular, estable, universal, al margen de los avatares de la historia. Así también, nos recuerda, tal como la cito en uno de los epígrafes que abre este texto, que el lenguaje y la escritura no son indiferentes a la diferencia sexo-genérica. La escritura, observa, en diálogo con Julia Kristeva, pone en movimiento varias fuerzas de subjetivación: la semiótico-pulsional (femenina, que desborda la finitud de la palabra) y la racionalizante-conceptualizante (masculina, que simboliza la institución del signo). Así, más que de escritura femenina, Richard propone pensar una “feminización de la escritura”: una que se produce cuando el signo se carga de potencia transgresora y desobedece la clausura paterna de las significaciones monológicas, hace explotar los códigos, desestabiliza la norma, modifica las fronterizaciones de géneros, descentra la noción de sujeto. De estas escrituras hablan los ensayos que contiene este dossier: escrituras que comparten una fuerza femenina que “opera como paradigma de desterritorialización de los regímenes de poder y captura de la identidad normada y centrada por la cultura oficial” (Richard 1989, 36).

Escrituras, en algunos casos, de carácter autorreflexivo y metaliterario, que portan marcas testimoniales y autobiográficas en la composición de textos de difícil clasificación genérica. Reconocer a la escritora como personaje de sus novelas, en la franca utilización del nombre propio, produce un “efecto de verdad” que problematiza esa frágil frontera que conecta realidad-ficción, vida-literatura. La muerte me da, de Cristina Rivera Garza, se inserta en este ámbito de resonancias y provocaciones: la explicitación del archivo que activa el deseo de escritura construye desde la novela misma una red de relaciones genealógicas, filiaciones afectivas y referencias a otros textos, en la producción de una escritura de amplias resonancias intertextuales y producción de pensamiento crítico-literario. “Estética citacionista” y “prácticas de la desapropiación”, en palabras de la escritora mexicana: “no hay acto de escritura que no sea reescritura. Si hemos leído alguna vez, al escribir estamos, sin duda alguna, reescribiendo” (Rivera Garza 2013, 93).

Escrituras que se construyen a partir del fragmento y de la imagen de la ruina como una instancia que refiere la destrucción de lo que fue, pero también la resistencia a ser pensado a partir de un otro ajeno o lejano. Son narrativas cuyas protagonistas mujeres exponen y deconstruyen las instituciones y órganos de control social sobre sus cuerpos, acciones y lenguajes (Gabriela Ponce Padilla, Ecuador, Antropofaguitas). Escrituras que encarnan la experiencia del cuerpo femenino, atravesado por la presencia de lo materno. Lugar de provocación que da cabida al tema de la maternidad en cercanía con formas de abyección y violencia, en donde el lenguaje se intensifica en la expresión de deseos paradójicos, en la narración de la compleja relación que supone el cuerpo-a-cuerpo-madre-hija/o (Adriana Harwicz Argentina, Matate amor, La débil mental, Precoz). Escrituras que problematizan la experiencia del exilio y del desarraigo, que tocan el cuerpo y lo asumen –sus huellas, sus excepciones, sus heridas– desde una perturbadora materialidad –cuerpos enfermos, caducos, débiles, febriles (Margarita García Robayo, Colombia, Cosas peores, Hasta que pase el huracán, Tiempo muerto). Escrituras que desacomodan y perturban no solamente por aquello de lo que va, sino por la radicalidad en el trabajo con el lenguaje que las conduce a zonas que quiebran toda convención literaria. La escritura deviene “campo de acción” que reinventa la materialidad sonora, descoloca el significado previsto, tensiona la lengua, da cabida al flujo del cuerpo que modula la temporalidad narrativa y el ritmo de la frase.

Otros ensayos ponen el acento en la figura del animal como tropo literario, en el horizonte de una reflexión que problematiza la función nominadora del lenguaje, así como la tradicional oposición ontológica humano/ animal (Rita Indiana, República Dominicana, Nombres y animales). La lectura que concentra su atención en Ramal, de la escritora chilena Cynthia Rimsky, examina las particulares relaciones entre paisaje e imagen fotográfica como política narrativa de una novela de “caligrafía austera” y “lenguaje despojado”, que cruza territorio, afectos, linaje como motivo intervenido por la digresión y el viaje. Escrituras que atienden la densidad de las palabras desafiadas por la experiencia, aquellas que anhelan custodiar lo vivido o adelantarse al hueco que marcan los acontecimientos y la fuerza de lo intempestivo. En palabras de Guadalupe Santa Cruz: “Cuando no hay otra manera de recorrerlo, de decirlo: el paisaje es extrañamente conocido, pero la lengua ajena. Huyen las palabras, resbalan como mercurio sobre los hechos. De los acontecimientos a la experiencia el flujo no es únicamente feliz, va entrecortado por aquella distancia. Solo se ve lo que se conoce, pero también, por cansancio, por desgaste de las cosas y de la mirada, solo se ve aquello que se inventa. La invención intentaría aquietar el espasmo, el desconcierto entre las cosas, acortar la distancia entre los acontecimientos y la falta de palabras” (Santa Cruz 2013, 23).

El azul de las abejas de Laura Alcoba y otras producciones artísticas de hijos de militantes en Argentina (Pequeños combatientes de Raquel Robles, Diario de una princesa montonera –110% verdad– de Mariana Eva Pérez, la muestra fotográfica Arqueología de la ausencia de Lucila Quieto) conforman el eje de una reflexión que articula memoria, posdictadura, exilio. El ensayo propone que la producción ficcional de los hijos rompe con la épica de los discursos reivindicativos que instaló el auge testimonial durante muchos años en Argentina, para complejizar las categorías de víctima, mártir, héroe, victimario. En diálogo con las artistas estudiadas, cabe la pregunta: ¿cómo se dialoga, cómo se pelea con un padre que será eternamente joven, cuya figura no va a cambiar nunca, porque lo asesinaron, lo desaparecieron joven? Las chilenas Diamela Eltit (Impuesto a la carne), Lina Meruane (Fruta podrida) y Guadalupe Santa Cruz (Cita capital) son leídas en un trabajo que analiza las formas de habitar y los trazados cartográficos que arriesgan los personajes femeninos en sus incesantes desplazamientos, allí en donde coinciden, desde la disidencia, espacio, cuerpo, deseo, escritura, biopoder. La narrativa de la puertorriqueña Yolanda Arroyo Pizarro (Caparazones, las Negras, Lesbianas en clave caribeña, La Macacoa) es pensada desde una entrada que privilegia la teorización queer y el lesboerotismo como clave de lectura, la perspectiva antirracista como forma de reconstrucción corporal de la memoria, la concepción del cuerpo como “territorio político” y fundamento desde donde comprender el proyecto colonial racista. Esta suma de ensayos se cierra con una lectura de Nefando (2016), de la escritora ecuatoriana Mónica Ojeda. El texto plantea una reflexión acerca de las posibilidades de nombrar y narrar experiencias corporales extremas, cuando de una infancia vulnerada se trata. Reconoce en la novela una línea de pensamiento en torno a la escritura en relación a la violencia y el dolor de los demás. Escribir, perturbar, renombrar, obscenizar son verbos que coinciden en el horizonte de un campo semántico que busca poner en crisis nociones asumidas respecto a la infancia y la familia: “escribir es estar en un lugar de tensión y de incomodidad”, observa Ojeda. En suma, el dossier reúne un conjunto de ensayos que abren múltiples y diversas derivas en torno a escrituras narrativas de nuestro presente, en la perspectiva latinoamericana y en complicidad con fuerzas de subjetivación femenina.

Alicia Ortega Caicedo
Coordinadora del dossier
Área de Letras y Estudios Culturales,
Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador


Bibliografía


Benjamin, Walter. 2005. Traducción y presentación de Bolívar Echeverría. Tesis sobre la historia y otros fragmentos. México D. F.: Ediciones Contrahistorias.

Groys, Boris. 2015. “Camaradas del tiempo”. En Volverse público. Las transformaciones del arte en el ágora contemporánea. Buenos Aires: Caja Negra Editores.

Richard, Nelly. 1989. “¿Tiene sexo la escritura?”. En Masculino/femenino. Prácticas de la diferencia y cultura democrática. Santiago de Chile: Francisco Zegers Editor.

Rivera Garza, Cristina. 2013. “De las estéticas citacionistas a las prácticas de la desapropiación: escrituras atravesadas en el español de hoy”. En Los muertos indóciles. Necroescrituras y desapropiación. México: Tusquets.

Santa Cruz, Guadalupe. 2013. “El espesor de las palabras”. En Lo que vibra por las superficies. Santiago de Chile: Sangría Editora.

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