La paradoja de la media naranja. Los desencuentros en lo cotidiano y el derecho


DOI: https://doi.org/10.32719/26312484.2018.29.4


FORO Revista de Derecho, No. 29 (Enero-junio de 2018), 65-87. ISSN 1390-2466 • UASB-E / CEN • Quito, 2018

Fecha de recepción: 22 de marzo de 2017.
Fecha de aprobación: 18 de mayo de 2017.



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Ramiro Ávila Santamaría

Director del Área de Derecho de la Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador.



Hay cambios y diferencias. Se ve, se siente.
Participante taller Género y cotidianidad
Los hombres no suelen hablar de sus sentimientos, y punto.
Paul Auster
Cuidar a las guaguas no es tu ayuda, es tu corresponsabilidad.
Uno de los carteles en la marcha del 8 de marzo de 2017


RESUMEN

La sociedad exige la vida en pareja, como un ideal y como un momento de realización personal. Sin embargo, al mismo tiempo, la sociedad determina roles en hombres y mujeres tan diferentes que ese ideal, en la práctica, se torna difícil. Esta es la paradoja de la media naranja. Múltiples testimonios de hombres y mujeres de una comunidad académica demuestran el origen y la vivencia cotidiana de roles de género en diferentes espacios y momentos. El derecho no hace más que reflejar los dualismos y esta paradoja. En una sociedad patriarcal hombres y mujeres perdemos. Urge un cambio de valoración de los roles asignados para lograr una sociedad más igualitaria, más justa y más solidaria.
PALABRAS CLAVE: cotidianidad; roles de género; patriarcalismo; género y derecho; discriminación; dominación; feminismos.


ABSTRACT

Society demands women and men to live together. However, at the same time, society determines different roles in men and women, so different that that ideal to live together, in practice, becomes difficult. This is the half orange paradox. Multiple testimonies of men and women from an academic community demonstrate the origin and daily experience of gender roles in different spaces and moments. Law does reflects this paradox and its dualisms. We all, men and women, lose. It urges a change of assessment of the assigned roles to achieve a more egalitarian society, with more justice and solidarity.
KEYORDS: daily life; gender roles; patriarchalism; gender and law; discrimination; domination; feminisms.


Una de las imágenes que suele expresar el ideal de una pareja es el de dos medias naranjas que se encuentran y se acoplan. Las dos mitades tienen la misma naturaleza, el mismo sabor, la misma consistencia, el mismo jugo, el mismo color, la misma necesidad de volver a ser una sola naranja. Las dos mitades no son idénticas, pero son acoplables. Cada una es incompleta sin la otra. Las dos mitades están por algún lado del mundo y produce un encuentro virtuoso. Cuando se produce el encuentro, se complementan y se forma una sola naranja, que es la familia y el núcleo de la sociedad.

Casi todas las películas de Walt Disney y las historias de fantasía dominantes pregonan este ideal. Blanca Nieves, guapa y blanca como la nieve, en un lugar imposible y con seres inadecuados para ser su pareja, un bosque y once enanos, es encontrada por su príncipe, también guapo y blanco como la nieve. Se casan y son felices. Bella se pierde y entra a un castillo mágico donde habita un monstruo, que aparentemente está lejos de ser media naranja. El monstruo es una bestia que esconde a un ser física y espiritualmente bello que, al final de la historia, sí resultó estar a la altura de Bella. Se casan y también son felices. Fiona, para complementarse con Shrek y ser su media naranja, resulta ser una ogra. Pocahontas, la indígena norteamericana, se complementa con John Smith, ambos guapísimos. En estas historias la delicadeza se complementa con la rudeza, lo familiar con lo social, lo íntimo con lo público, el cuidado con el heroísmo. La media naranja con la otra media naranja. En casi todas estas historias, además, el encuentro se ritualiza con el matrimonio, que es la forma de terminar la aventura anterior al encuentro, a veces tormentosa, y garantizar la felicidad de la pareja.

El matrimonio es una institución regulada por el derecho, por las religiones, por la moral. Necesario que toda organización social la regule. Y creo que no puede ser de otro modo. Desde lo antropológico se puede entender que es una de las formas de garantizar la reproducción de la especie. En el art. 81 del Código Civil ecuatoriano, por ejemplo, dice que es “un contrato solemne por el cual un hombre y una mujer se unen con el fin de vivir juntos, procrear y auxiliarse mutuamente”.

Más allá de las reivindicaciones sobre el matrimonio –que debe ser entre parejas del mismo sexo, que tienen que reconocerse otras formas de matrimonio, que se tiene que poner el apellido de la madre a los hijos y así– y más allá de las diferencias con la unión de hecho, lo que interesa es el encuentro de dos personas para convivir, con la formalidad y el rito que fuere. Da igual para los fines de la reflexión de este ensayo.

La paradoja de la media naranja consiste en que, en gran parte de nuestra sociedad contemporánea, al menos en la occidental, que es la predominante, un ideal de vida es conseguir una pareja y ser felices hasta la muerte. Al mismo tiempo, la misma sociedad forma de manera tan diferente a los hombres y mujeres que esa convivencia no puede ser armónica. Hay que vivir juntos pero a cada persona se les educa de tal forma que su identidad les impide hacerlo. Es como si se soñara en dos elementos que calzan adecuadamente al acoplarse, como un tornillo con su tuerca, su yin con su yan, una pieza con otra del rompecabezas, y que al hacer realidad ese sueño en lugar de tornillo se tenga un clavo, el yan es kan, la pieza tiene la forma pero no calza.

¿Las personas con el matrimonio tienden puentes y en la convivencia encuentran abismos? ¿Se puede hacer algo para que no sea tan fatal el encuentro de dos seres tan extraños y que no pueden –o lo hacen con mucha dificultad– comunicarse? Aquí entra la poderosa herramienta del análisis de género. Hombres y mujeres, por la asignación de roles en una sociedad patriarcal, somos criados, valorados y tratados de forma diferente, discriminatoria y excluyente.

Estas reflexiones fueron inspiradas y escuchadas en un conversatorio que se organizó en la Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador, el 8 de marzo de 2017. Este día las mujeres pararon en solidaridad y en conexión con el movimiento mundial de las mujeres. Se buscó, con el paro, demostrar la importancia de la mujer en el trabajo cotidiano (256 mujeres trabajadoras, 54% del personal que labora en la Universidad) y también reflexionar sobre las circunstancias que vive la mujer. Varios espacios se abrieron: una asamblea preparatoria; una asamblea el mero día en la que se recordaron las luchas, las caídas, las conquistas, los retos de las mujeres; taller para discutir las políticas de género organizado por estudiantes; taller sobre el poder de la intuición; danza; taller “tejiendo historias de vida”; taller sobre acoso a la mujer; taller de yoga “conciencia y autocuidado”; y conversatorio sobre “masculinidad, género y cotidianidad”. Este último taller estuvo coordinado por Elisa Lanas y por quien escribe este ensayo.

Las historias que vienen comenzaron en ese taller. Con computadora en mano, intenté rescatar la mayor cantidad de historias. El conversatorio a la segunda hora tuvo que suspenderse: había que terminar y conectarse con todas las mujeres que paraban a mediodía. Me quedé picado. Luego, con el mismo vuelo, seguí registrando historias cotidianas que grafican la paradoja de la media naranja: buscamos parejas y nos desencontramos. Cada persona que se sentaba al frente mío, durante la semana del paro, acababa contando algo de sus vivencias. Lo que tienen en común las historias que vienen es que son personas del mundo académico: estudiantes, administrativos, docentes. Otra cosa en común es que relatan los encuentros y desencuentros en sus vidas, en distintos momentos y espacios: infancia, adolescencia, convivencia, divorcio, crianza de hijos. Las diferencias son notables, y se puede apreciar de la simple lectura de las narraciones: hay personas con militancia en el feminismo y hay otras personas sin formación ni conciencia sobre la dominación de lo masculino.

La forma de organizar la información está inspirada en las narraciones de Svetlana Aleksiévich. Me he devorado sus libros y he sentido las historias contadas desde la gente (lejos de lograr lo que ella plasma). De esta autora, premio Nobel de Literatura 2015, he intentado hacer esto que podría llamarse literatura popular, que implica escuchar con atención y honestamente lo que expresan las personas (lo que me resulta difícil), y tratar de reflejar lo más fielmente lo que las personas cuentan. Los testimonios no son grabados, y la forma de registro fue a través del apunte mecanográfico. Por tanto, los relatos no son textuales y están adecuados a la narración escrita. Los textos son fotos, fragmentos, trozos de vida. Cada párrafo corresponde a personas distintas. He intentado en la mayoría de los casos intercalar textos de hombres con textos de mujeres.

Si es que alguna persona se siente proyectada pero que no ha sido su historia recogida de forma adecuada, la responsabilidad es mía y pido disculpas. Al final, a veces uno acaba escuchando lo que quiere y no lamentablemente lo que otros quieren transmitir. Supongo –y eso espero– que no sucederá lo mismo que a Harry Block, el personaje de la película Deconstructing Harry de Woody Allen (1997), que escribió e hizo suyas las historias de su familia, se hizo un escritor con cierta fama y que luego todos sus personajes (los de carne y hueso) le confrontan por lo mal caracterizados.

Si es que el texto ayuda a pensar un poquito más en lo inadecuado de persistir en la educación basada en roles diferenciados entre hombres y mujeres, feliz por el esfuerzo. Demás está advertir que lo que se describe acá no son roles determinados ni inmodificables. Los relatos tienen que enmarcarse dentro de la lógica patriarcal, no indican lo que debería ser, sino simplemente describe una sociedad patriarcal con todos sus defectos y también sus fisuras, que siempre dan esperanza de una sociedad diferente, más igualitaria, menos violenta y más dialógica.

Este ensayo tampoco es un análisis sobre la teoría de género. Seguro se pueden conseguir mejores, actuales y más profundas reflexiones. Posiblemente tampoco se recurre a las teorías adecuadas. De ahí, entiendo que puede criticarse este ensayo desde personas expertas en género. Lo importante son los testimonios, que expresan lo que somos, lo que experimentamos, lo que pensamos, más allá si desde el género o los feminismos se considere correcto o no, o si se está de acuerdo o no con mis limitadas interpretaciones.



LA FAMILIA


La sociedad nos transmite un ideal de familia: padre, madre, hijo e hija. Esta idea se transmite de formas aparentemente inocentes, como la serie de Bart Simpson, o como en mi época, Los Picapiedra o La familia Ingalls. Cada persona tiene su rol definido. El hombre es el proveedor, trabaja y gran parte de su vida se realiza fuera de la casa. La mujer es la que ejerce el rol de cuidado, educa a los hijos y su vida gira alrededor de mantener el hogar. El hijo es el deportista, el amiguero, que pasa en la calle. La hija es la virtuosa, dedicada a la música y a juegos que imitan el cuidado, pasa en casa. Esta imagen perfecta nunca se realiza, afortunadamente o por mala suerte para muchas personas, en la vida. En el siguiente testimonio se aprecian mujeres activas en la vida pública y también los roles esperados, como los juegos y el cuidado de hijos:

Mi abuela era muy católica. Mi abuela, a diferencia de mi bisabuela, era conservadora y militante, pero militante militante. Salía a las calles y frenteaba a los liberales. Jamás fue grosera, era delicada. Ella hacía asistencia. Tenía una veta humanitaria impresionante. Ella enseñaba a sus hijos a ir a las cárceles. Les llevaba ropa y hacía oraciones con ellos. Visitaba a los hospitales y enfermos. Les daba medicamentos. Iba a orfanatos y jugaba con ellos. Como buena cristiana, hacía asistencia. Mi abuela tenía el cuidado de no hacer sentir que era más ayudando. Se ingeniaba de hacer llegar la ayuda sin que sepan quién daba. A mi madre, en cambio, le pareció terrible lo político. Se asustaba de las reuniones a las que iba con mi abuela. No es para nada militante política. Mi madre es mucho más religiosa que mi abuela. Pensó hacerse monja pero la salud no le permitió. Era independiente. De once hijos que tuvo mi abuela, mi madre fue la única mujer. Aprendió todos los juegos de hombres. De ese ambiente masculino, mi madre es autoritaria, posesiva, tenía liderazgo. Jovencita, a los 16 años, se fue de la casa. Visitó comunidades indígenas. Decían que cuando caminaba alrededor de un terreno, la producción era garantizada. Trabajó en Riobamba, Azogues, Cuenca y Ambato. Mi madre vive y experimenta el terremoto de Ambato. Vivió cosas fuertes. Perdió estudiantes. Vio cómo se abrió la tierra y le tragó a una monja y también cómo la misma monja salió de la tierra con otro temblor. Y así mil historias. Mantiene la práctica de visitas a lugares. Mi madre se casa con un socialista. Y llego yo.

Las expectativas surgen desde antes de nacer y están cargadas de símbolos, como los colores:

Nace el hombre. Un color le recibe: el azul. Muchos símbolos masculinos rodean la cuna: súper héroes, carros, pistolas, tractores. A nadie se le ocurrirá poner el rosado ni tampoco poner una cobija de princesas. El temor a la homosexualidad será una constante en el hombre. Nace una mujer, el rosado, las muñecas, los peluches tiernos, los vestidos. Luego el temor a la violación a la mujer, que se manifestará en un cuidado reforzado.

En la reproducción de una sociedad patriarcal tanto hombres como mujeres participamos. No es un asunto de hombres perversos o mujeres ingenuas. Los roles que se espera que cumplan hombres y mujeres se reproducen segundo a segundo, día a día, hasta que lo reproducimos inconscientemente. Acá van algunos ejemplos:

Hemos criado a nuestros hijos desde nuestro propio machismo. Nuestros padres y madres desde antes de concebirnos tuvieron expectativas sobre nosotras. Lo peor es que lo repetimos. El primer hijo tiene que ser un hombre. Si nace mujer, hay que tener la parejita. Si no llega el hombre, hay que intentarlo hasta que salga el varoncito. Es que el varoncito tiene algunas ventajas: pasa el apellido, con el de la mujer desaparece la estirpe; educar a un hombre es más fácil y no requiere cuidado intenso, en cambio a la mujer hay que cuidarla porque no sabe defenderse.
El objetivo de la vida será educar un hombre hecho y derecho, un macho, un ser fuerte, activo, autónomo, independiente, duro emocionalmente hablando. El azul ayuda y los superhéroes también. En un principio, las diferencias entre hombres y mujeres, en cuanto al comportamiento, no son muchas. Habrá que irlas creando y abriendo las brechas entre hombres y mujeres. El llanto en el hombre no será tolerado. Frases como esta siguen siendo cotidianas: “los hombres no lloran”. La estimulación en los hombres será basada en juegos como la pelota, las luchas, los carritos y sus pistas. A esta acompañarán las imágenes, siempre presentes y subliminales, de la propaganda. En la de Hot Wheels (marca de autos en miniatura), por ejemplo, dos niños entran en un estadio repleto de niños. Saludan. Al frente, una pista. “Atrévete” es el slogan. Uno lanza el carro y el otro también. Compiten. Los dos autos corren rapidísimo y pasar por la pista es una aventura. Me veo más comerciales y todos son parecidos: chicos inteligentes, creativos, emprendedores, disfrutan con la violencia (cuando chocan los autos), compiten, cada uno es mejor y más agresivo que el otro. Algo semejante, pero sobre la delicadeza y la belleza, se ven en los comerciales dirigidas a las chicas. Mujeres rubias la mayoría, flacas, que reflejan en su aspecto físico una “perfección” desesperante, y que siempre sonríen. El símbolo de los hombres, el carro, que va por las calles y que se toma los espacios públicos. El símbolo de las mujeres, la casa, y se toman los ámbitos privados. Esto desde mi época y las cosas, con variaciones más o menos (como hacer de las barbies unas dulces monstruas y de los super héroes super poderes más impresionantes), no han cambiado mucho.

Cuando el hombre o la mujer se aleja de lo que se espera en una sociedad patriarcal, es inmediatamente disciplinado por las personas adultas:

Estaba en la casa de mi hermana, que vive en Estados Unidos, y ella le había comprado a mis hijas una cocina con su jueguito de ollas y platos. Mis hijas, que eran todavía chiquitas, jugaban con su primo, felices de la vida. La una que es mesera, la otra que es cliente, el otro que es cocinero. Era como las seis de la tarde cuando de repente entra mi cuñado, le mira a su hijo que hasta tenía delantal y le reprende: “deja de jugar que eso es cosa de niñas”. Y el niño dejó de jugar y le reprimió tan feo que hasta le dio ganas de llorar al niño.
Mi abuelita sabía decir que una mujer siempre tiene que ser una dama. Íntegra desde el pelo hasta la punta del dedo del pie. Tiene que ser perfecta. Hasta ahora me cuesta. Si un fin de semana no me arreglo, me siento mal. Tengo mellizos. Niño y niña. En los juegos nunca tuve una separación y jugaban por igual. Como son solitos, desde chiquititos jugaron juntos. Mi hijo juega a las muñecas y mi hija juega a los carros. En la escuela, las niñas le aman a mijo. En los recreos mijo prefiere jugar con las niñas y no juega con los hombres. En la escuela me dicen que debería tener más amigos chicos, porque juega solo con las niñas.
El patriarcado penetra en cada capilar. Mi papi no era feminista. Pero tenía detalles. Me regalaba pistola, pelotas, carros. Había peleas tenaces con mi mami. Tengo una experiencia diferente. Mi hermano y yo tenemos 7 años de diferencia. Mi padre un hombre muy conservador. Mi hermano le pidió una muñeca y, tripas corazón, le dio. Él había pedido la muñeca para mí. Con mi hermano jugábamos juntos de todo. En mi infancia yo viví una igualdad. Salí al mundo y vi las diferencias.

En el siguiente testimonio se puede apreciar la división de roles. El hombre en la calle y la mujer en la casa. En la casa, cocinar, lavar, arreglar la casa. En la calle, “libertad”:

Con mi hermana, cuando éramos niñas, nos dividíamos el arreglo de la casa. Mi hermana arreglaba el piso de arriba y yo aseaba el piso de abajo. Mi hermano no hacía nada de nada. Mi hermano cogía y se iba, tenía plena libertad y no necesitaba pedir permiso. En cambio yo tres horas pidiendo permiso, preguntando con quién voy. Mi papi literalmente interrogaba a mis amigos. Pero cuando mi hermano tuvo que vivir fuera del país, le tocó a aprender cosas que nunca hizo, como cocinar, lavar, tender la cama.

Somos cuatro varones y una mujer. Papá y mamá criaron a los cuatro primeros hijos varones. Yo el primero. Luego vino la quinta, una mujer. Yo creo que mis padres nos educaron de manera semejante. Ella se incluía a jugar con nosotros a la pelota y a todos los juegos que se consideraban de hombres. Se fue cultivando una relación sin distinciones. Sin embargo, ella nos ha dicho que le ha costado relacionarse con varones. No sé por qué. Quizá porque luego ella estuvo en una escuela solo de mujeres. Cuando llegó a la universidad sufrió mucho. Puede ser que en casa todos los hombres le cuidamos más por mujer o por ser la más chiquita. Nosotros podíamos salir a la calle con absoluta libertad. Ella impensable.

Las familias marcan parte de la vida de una. En mi casa mi papá era una persona muy sensible, de izquierda y marxista. Mi madre era una persona conservadora pero con una familia de mujeres independientes. Mi padre la ternura, mi madre la autoridad. Mi padre escuchaba, mi madre imponía. Él siempre hablaba desde el respeto al otro, desde el amor. De esa mezcla es lógico que sea yo anarquista. Del lado de mi madre, todas las mujeres eran independientes. Salir al mundo y encontrarse con todas las desigualdades era bien fuerte. Mi abuela fue obligada a casarse cuando tenía 15 años. Ella me cuenta que no le dejaron ser niña y que casada jugaba con muñecas Mi abuela no quiso lo mismo para sus hijas. Mi otra abuela trabajó siempre. Mi abuelo siempre le impulsó para que trabaje y les crio así a mi tía y a mi mamá. Yo creo que mi papi me cuida demasiado y fue porque sufrí un accidente. De ahí se quedó traumado. A pesar de todo, mi madre sí es un poco machista en cosas súper simples. Por ejemplo, en el almuerzo a mi hermano y mi papá les toca el pedazo de pollo más grande. Cuando mi mamá va a la casa de mi hermano, no va a visitarle, va a limpiar la casa.

Madres fuertes, padres dóciles; niñas que juegan con carros, niños que cocinan, demuestran que los roles en las sociedades patriarcales no son determinantes. Simplemente a los hombres y a las mujeres se les potencian unas posibilidades y se les castra en otras. No cabe duda que, en general, el disciplinamiento viene en primera instancia de los padres y madres, de los familiares y se refuerza o corrige con la educación, como veremos enseguida.



LA EDUCACIÓN FORMAL


La educación formal es un espacio de socialización y aprendizaje que comienza cada vez más temprano, con lo que se conoce ahora como prematernal, se pasa por la escuela y el colegio, y continúa hasta el posgrado universitario. Gran parte de la vida nos pasamos recibiendo información, patrones de comportamiento y roles de género. Igual que en la familia, los espacios educativos están cargados de símbolos, de mensajes implícitos, de enseñanzas directas, de disciplinamientos. Las personas adultas tienen un rol importante, desde la relación vertical y de autoridad, pero también los niños y niñas, desde relacionamientos horizontales. A continuación algunos testimonios que relatan vivencias de estos tiempos de educación formal:

En la escuela el trato es diferente entre niños y niñas. Aprender a defenderse físicamente es un reto enorme. Nunca me consideré un tipo que podía resolver los conflictos a golpes. Es más, me daba miedo enfrentarme a golpes. El Yépez, el duro de mi grado, cuando teníamos unos 10 años, no dejaba de quitarme mis bolas de vidrio (canicas) y de dar, con un salto espectacular, golpes con la nalga en mi cuello. Me sentía mal, buliado dirían ahora, pero no me sentía con la valentía para enfrentarme a golpes. De hecho, nunca me atreví. Pero sí me atreví a contarle a mi padre. Este pidió al rector una reunión para tratar mi caso. Le trajeron al Yépez y le pidieron no molestarme. Así prometió, pero su promesa la rompió en el primer recreo. Ahora, además de su rutina, decía a mis compañeros que yo era un “mariquita” que avisa al “papito” todo lo que le pasa. Hay, pues, que demostrar que se es valiente y atrevido. Hay que hacerse macho. Una buena oportunidad, aun cuando en el fondo no se quiera, sucede cuando te toca formar, tomar un trago o perder la virginidad.

En mi caso tengo tres hijos. Sin mucho bla bla, de madre, trabajadora y cuidadora, he intentado que mis hijos tengan respeto de lado y lado. En la comunidad me crié jugando con los hombres y también con las mujeres. Hay que aprender de todas las actividades. Pero pasa, como con mi última hija que, por esa falta de diferencia en la crianza, tiene más amigos que amigas. Entonces en la escuela me dicen que cómo permite que se lleven más con hombres. Y son las mismas madres que no permiten que los roles cambien.

El testimonio que viene a continuación refleja la difícil tarea de ser un hombre macho y una parte importante de su proceso de crecimiento y aceptación social. Se refleja una de las formas de comportamiento que hace que el encuentro con la otra media naranja sea muy difícil. La sociedad empuja y tolera la sexualidad e infidelidad de los hombres y, al mismo tiempo, frena y condena la misma conducta en las mujeres. El hombre que se va donde una prostituta es festejado por sus amigos. Entre mujeres es impensable:

A los 16 años, más o menos, ser virgen para un hombre es una vergüenza total. Estábamos en el recreo. La pregunta era inevitable algún rato. ¿Quién no es desvirgado (así decían al que no había tenido sexo)? De las doce personas, tres éramos vírgenes. La maquinaria machista se armó enseguida. Uno consigue el automóvil, otro el dinero y todos a la jornada heroica de hacer machos a los retrasados. Los nervios me mataban. En esa época las prostitutas estaban en la Av. Colón. Ella se subió. Le contaron la misión a la que íbamos y le pidieron tener comprensión. Los nervios no se me iban y no podía pensar en nada. El carro se ubicó donde ella escogió, un lugar aún hoy en día abandonado por la noche, atrás del Hotel Quito, por esa vía que conecta Guápulo con la González Suárez y con La Floresta. Primero, por cortesía masculina, los vírgenes. Entre los tres nos sorteamos. Me tocó el segundo turno. A lo lejos uno ve como el carro se mueve, sale el macho desvirgado, subiéndose la bragueta, con cara de satisfacción, como diciendo “qué rico”. Mi turno. La primera impresión que tuve fue un olor insoportable a pies sudados. Sentí náusea. La segunda fue la amabilidad y casi ternura de la prostituta. Me repetía: “hoy te vas a hacer hombre”. Yo nervioso. Tenía tanto miedo, tan poco deseo sexual, que lo último que me pasaba era tener una erección. Al miedo, el asco que tenía por el olor que me abrazaba, se juntó mi religiosidad. Como no sabía qué hacer, no se me ocurrió otra cosa que rezar a la Virgen Dolorosa. O sea, imposible tener una erección por más esfuerzos que hacía la señorita. Entonces, la Virgen seguramente, porque en esa época creía, me “iluminó”. Tengo una idea, le dije: yo digo que sí tuvimos sexo y le pagamos. A ella, que le parecía imposible en ese momento estimularme, le pareció buena idea, mejor para mí, dijo, uno menos. Salí del carro con ademán de subirme la bragueta, con cara de “qué rico” y con un alivio enorme, con más fe que antes a la virgen. La hazaña de esa noche acabó con la confesión de la señorita, días más tarde, de que uno de nosotros no se atrevió. Entre los tres nos culpamos a los otros, como cuando uno se tira un pedo y mira con mala cara a los de al lado. Había un cobarde y era imposible desenmascararse.

Y así pasó el colegio. Cada vez que alguien proponía ir a estudiar de noche, significaba ir a buscar prostitutas, empeñar relojes, hacer colectas, sumar aventuras. Las conversaciones sobre mujeres tenían dos tónicas, la pornográfica una, y el lado vinculado al amor cursi, con chicas de clase social semejante, recatadas, cultas, de las que uno busca para casarse. En el colegio, solo mujeres, luego voy a la universidad, todos los profesores varones. Comienzo a percatarme de las diferencias que no sentí cuando niña. Las mujeres coquetas en su relación con los hombres. Los hombres mostrando su hombría en el fútbol, con los autos, con el trago. Los profesores diciendo que veníamos a la universidad a casarnos, la creencia de que las mujeres éramos más estudiosas, el tener que soportar chistes machistas a cada rato y que si te quejabas eras una bruja feminista. ¡Qué pesado fue!

Se podría decir más, mucho más de este tiempo. Acá un par de estampas que salieron en las conversaciones. Qué decir de los textos escolares, los dibujos, las fiestas, la socialización en los recreos, el modelo que representan las personas que enseñan. Todo lleva al mismo punto: la mitad de una naranja no tiene que ver con la otra mitad. Entonces, en ese contexto, se producen los encuentros, como veremos.



LA PAREJA


¿Qué esperan los hombres de las mujeres y las mujeres de los hombres? ¿Son realmente los hombres de Marte y las mujeres de Venus o nos crían para que unos sean marcianos y otras venusianas? En el noviazgo las diferencias se atenúan o no se quiere ver lo obvio. En la convivencia las diferencias se tornan evidentes, al punto que se llega al trato como una flor fuera del matrimonio y a los celos y a la violencia como forma de control dentro del mismo. A pesar de la presión social, en lo cotidiano, las mujeres son autónomas, trabajan, forman familias sin hombres, exigen compartir roles, se desprenden de las expectativas de los padres, hablan y enfrentan. Acá algunas historias de los desencuentros entre las medias naranjas, y en esas relaciones las mujeres ocupan el peor lugar:

Mi bisabuela se casa con el principal partido del barrio, que era amable, guapo, caballero. Se casa con él y este comienza a controlarle. Permiso para todo. Gritada y maltratada todos los días. Una tarde le ataca con el cuchillo, ella se sale de Quito, se va corriendo al Ejido. Abrió la puerta y lo único que hizo fue correr. Se sube a un árbol y duerme ahí toda la noche. Toma la decisión de regresar a la casa. Al otro día se va a la casa de sus papás. En esa época, te casaste, te fuiste y te tocó. Lo usual era que te regresaban. Pero la familia de mi abuela, contrario a lo que solía suceder, le protegen y deciden no devolverle. Con esa experiencia, pasa el tiempo, esta misma bisabuela es cortejada por un militar. Tenía miedo a los hombres. Este militar, igual que el otro, parecía una maravilla. Se enamoraron. Le trataba como una flor. Pero se resistió a casarse. Tuvieron una hija, pero mi bisabuela se resistía a formar una familia. Un día cuando le dan el cambio a Otavalo, él insiste y le pide matrimonio. Se separan. Nunca dejó de estar pendiente de mi bisabuela y de su hija, que era mi abuelita. Padre ejemplar. Él se casó en Otavalo y tuvo hijos. Los hijos de él fueron como hermanos de mi abuelita. En pleno siglo XIX esto era inusual.
Vengo de una madre que trabajó toda la vida y también de una abuela autónoma. Desde muy pequeño me di cuenta que el mundo no es como viví en la casa. Los roles están tan marcados. Cuando comienzo a relacionarme, me sentía más identificado con las mujeres. Sin embargo, la sociedad te presiona para que te dividas en grupos. Algunas actividades son solo masculinas, otras femeninas y otras mixtas.
Mi marido ayuda. Siempre me ha ayudado, por ejemplo a planchar y a lavar. Sin embargo, a veces creo que sí tengo más peso en las tareas de mi casa. Me toca cocinar, ordenar la ropa, ordenar los cuartos. Yo estoy pendiente de los guaguas. Yo creo que el rol de mujer nunca cambia, cuando trabajas no paras en la casa y es más duro y rutinario.
No sé cuál de las anécdotas puedo escoger. Los hombres, lo que nos hace ser verdaderamente hombres, ha cambiado mucho menos que el ser mujer. Estamos mucho más atrapados con estereotipos y roles tradicionales mucho más antiguos. Se acepta que se podría no ser mujer. Pero ser hombre está con los estereotipos del siglo XIX. Me casé joven con una mujer feminista que me marcó a presión el feminismo en lo cotidiano. Sin embargo, a pesar de que intentaba romper con las diferencias odiosas en los roles, me di cuenta de que, haciendo casi nada, yo era un excelente padre. Las madres tenían que hacer poco para ser malas madres. Las exigencias a las madres son muchísimo más fuertes que a los padres.
Tengo suerte que mi marido no es machista. Nos conocimos en un aeropuerto. Él es extranjero. Nos intercambiamos correos y nunca perdimos contacto. Cuando volví de hacer mi posgrado, le dije “ven”. Mi familia es conservadora. A mi ñaña y a mí, a pesar de que mi papá es ginecólogo, nunca nos explicó nada de sexo. Él sabía decir que lo importante es ser feliz, no importa si solteras o casadas. Pero cuando vino mi novio decidimos vivir juntos y a mis padres no les gustó nadita. Para mis papás fue súper difícil. Nos hicieron verde. Todos creían que iba a salir mal. Él no tenía trabajo y me ponían insegura. Pero eso decidí y dije me voy. En las comidas tenían actitud súper distante. Pero desde que me casé, cambiaron completamente su actitud. Mi marido es afro. Siento que hay trato diferente por eso, por afro y por extranjero y porque no es lo que esperaban de una pareja para mí.

En lo cotidiano, los hombres tienen dificultades para comunicar sus emociones. Cuestión de entrenamiento, en cambio, las mujeres pueden expresarlas. La situación no importa mucho, puede ser un baile, los celos, horas de trabajo, salidas con amigos, frustraciones, angustias. En unos casos, se tolera la diferencia; en otros, el divorcio se impone:

Creo que hay un sentimiento difícil de superar: los celos. Creo que mi esposa no es celosa. Estoy casado ya veinte años. Yo no expreso de primera mano... digamos no doy respuesta inmediata... qué diríamos... Me reconozco celoso de plano. Los eventos que me generan celos... cuál podría hacer... qué diré... El baile. La forma como reacciono no es inmediata. Cuando le veo bailar, desde mi esquema, espero que no se sobrepase. Sobrepasarse es bailar muy cerca de otra persona. Mi esposa baila muy bien y entonces más celo me da. Me molesto. Me refugio en mí mismo. Dejo de hablarle. Le castigo. En la relación inmediata cambio de actitud, me distancio. No me parece respuesta violenta, ni agresiva. Ella se da cuenta enseguida. Me cuesta superarlo. Cuando a ella le incomoda algo, ella habla, te lo dice ese rato, te expone su inconformidad. Yo la disimulo. Después de un tiempo, lo conversamos. Al final, con mucha dificultad acabo diciendo lo que sentí. Ella deja que yo tome la iniciativa para ir de a poco. Ella me escucha y si es de aclarar algo, lo aclaro. Cuando hago bromas, con un chico u hombre, no hay problema. Cuando es con una mujer, se molesta. Si la mujer se sonríe, le incomoda. Puede ser que ella lo interprete como coqueteo.
Enseguida me reclama por qué adopto la actitud. Yo aclaro y no tengo problema ese momento. Lo contrario, hablar cuando algo me molesta en la pareja, no puedo.
Tenía un novio militante marxista. No creíamos en el matrimonio y decidimos vivir juntos. Tenía veinte años cuando le conocí. A los veintitrés tuve mi hijo. Cuando éramos militantes mi compañero parecía un ser igualitario. Al inicio no salió el machismo, que estaba ocultadito, hasta que él se va trabajar fuera de Quito. Un primer quiebre fue cuando decidimos casarnos el civil. Ese día me había ido a sacar la papeleta de votación. Se demoraron más de lo que era y llegué atrasada. Él estaba enternado y me dije quién es. Fue toda una solemnidad. El otro quiebre fue cuando mi hijo tenía dos años y decidimos casarnos el eclesiástico, por presión de nuestros padres. Me decían que era una puta si no me casaba y que le iba a dar mal ejemplo a mi hijo, que no sabía cómo podía dañar mi vida el vivir sin casarse con la bendición de dios. Un día le cuento a mi compañero y él me dice “entonces casémonos para darle gusto a tu madre” Buscamos curas de izquierda, y acabó casándome un cura cualquiera. Iba a ser un rito íntimo y alternativo. Mi pareja, sin matrimonio, no entraba a la casa de mi madre. Además era de origen obrero. Entró a la casa solo cuando falleció mi madre. Me decía mi madre que a qué clase de familia me metí. Bueno, en el matrimonio, a mi madre le interesaba la ceremonia y estaba convencida que una buena madre tenía que estar casada. A la familia de mi marido le importaba la fiesta, la ceremonia era secundaria. Me exigieron usar vestido blanco, que a pesar de que ya tenía vida pasada, significaba que era decente. Todos se organizaron para la boda: aros, comida, fiesta. Fue una presión tan fuerte que no fue un daremos gusto no más a tu mamá. Vestida de blanco, con bautizo de guagua, me casé. Mi madre siempre pensó que me iría mal. Y salió el machismo y me fue mal. Su profecía se cumplió. Él tenía un entorno que le preguntaban por la esposa y le decían que no hay que dejarle sola a la esposa. Regresaba del trabajo y decía “quién habrá venido en mi ausencia”. Los celos fueron fatales. Nos fuimos a Riobamba. Nos sostuvimos antes, cuando yo vivía en Quito y él en Otavalo, porque no teníamos rutina y estábamos separados. Cuando vivimos juntos sin separarnos fue un desastre. Los celos se incrementaron. Todo hombre, según él, estaba detrás de mí. Le salía la cosa jerárquica. Mi cargo era más alto que el de él y hasta de eso tenía celos. Mis ingresos eran más altos y él siempre descalificaba mi trabajo. Decía que yo trabajo en cosas de guaguas y que él trabajaba en el desarrollo del país, en cosas serias. Desvalorizaba mi trabajo. El trabajo social inútil y el trabajo productivo importante. Había mucha tensión en la casa. Discusiones sin fin. Un día yo le pedí hablar. Él me dijo que está tenso por el trabajo. También, de pronto, salió que la crianza del hijo era mi responsabilidad. Yo le decía que los dos trabajábamos y que era un problema de los dos. En lugar de cocinar juntos, con terceros resolvíamos, como comer afuera. Teníamos diferencias en la crianza. Él le gritaba y yo no. Yo pensaba que tenía otra mujer y le decía que solo tenía que decirme, pero no debíamos vivir de forma tan tensa. El problema supuestamente no iba por ahí. Me dice que deberíamos revisar literatura para orientar esto. Según él, no debíamos caer en cosas burguesas. Me contuve. Respiré y le dije que me dé la bibliografía. Hasta ahora espero la lista. Le insistía que hablemos porque vamos de mal en peor. Siempre decía que como Marx dijo, que como el Che dijo, que como Lenin dijo. Pero no hablábamos. Hasta cuando el control se intensificó e intentó darme un chirlazo. Hasta ahí llegamos. No fuimos la pareja alternativa que nos creímos un día.


LA SEPARACIÓN


Las medias naranjas se separan. No son medias naranjas que se acoplaron espontáneamente. En estos momentos se tornan más evidentes las diferencias y también los abismos. El rol de cuidado se intensifica en las mujeres, y a los hombres les cuesta ejercer. El control, la violencia, la incomunicación, la intervención de terceros insensibles como los jueces, la mezquindad, la venganza y las manipulaciones son parte otra vez de la cotidianidad.

La separación para mí es terrible por cualquier lado. Ahí te salen otras cosas que ni te imaginas. Los que nos separamos supuestamente somos los adultos. Mi error fue querer ser racional. Yo le dije que no necesité firmar nada para ser pareja o tener hijos, y que tampoco necesitaba papeles para separarme. Él me recordaba que juré en el altar fidelidad. Yo me declaré libre y separada. Pero te casaste, me repetía. Nunca me quiso dar el divorcio de mutuo acuerdo. A mí me valía el divorcio, con comunicarle me bastaba. Un día, después de algunos años, me dijo que quería arreglar lo del divorcio porque quería comprarse un departamento y que este iba a aparecer como parte de la sociedad conyugal. Ahí tuvimos que volver a la separación legal y a los papeles. Todo el divorcio, al igual que el matrimonio, es una humillación. El divorcio es tenaz. El juez dispone de tu vida como si fuéramos cosas, como bienes. Tal la pensión, tal los bienes. Cuando se arregló lo de los alimentos, el papá no quería pasar décimos y regateaba. Yo era “ella” y ya no tenía nombre. Él quiso definir lo que es la ley y cómo se aplicaba en nuestras vidas. Lo cierto es que tu vida en pareja acaba siendo una triste formalidad, te leen la sentencia, tus obligaciones y te despachan como cualquier trámite burocrático. Cuando firmamos el divorcio, salimos caminando hacia el parque de la Alameda. Al despedirnos, él me dijo que fue un momento impactante. ¡Esto fue 10 años después de habernos separado y él reflexionaba sobre la terminación del matrimonio y sobre la necesidad de conversar! ¡De pronto tenía conciencia de que nos estábamos separando!
Todo el problema comenzó cuando, hace un año y cuatro meses, pedí alimentos. Él pagaba la educación hasta que dejó de pagar. Un día me llamaron de la escuela y me dijeron que ya no podían recibirle porque adeudaba varios meses la pensión. Le llamé al papá y me dijo “paga vos”. Ahí contraté un abogado. Me tocó pagar casi 400 dólares mensuales. Él dijo que no le alcanza, que no tiene, que renunció al trabajo. Hemos probado que tiene un promedio de 600 mensuales en tarjetas de créditos, que tiene un departamento en Quito que arrienda, que sale del país. Él trabaja en un canal de TV. La realidad es que gana más de dos mil dólares, más comisiones, y más ingresos por subarrendamientos. Con eso la jueza le fijó la pensión de cuatrocientos dólares. Yo solo quería que se haga cargo de la educación. Mi afán no era sacarle dinero solo que cumpla con parte de su responsabilidad. Hasta antes de seguir el juicio, era el mejor amigo de mi hijo. Desde el juicio, se olvidó de su hijo y desapareció del planeta. Todo el juicio de alimentos es agotador. No quiere pagar. Miente. Ni con boleta de captura paga. El viernes tuve una audiencia y él intentó diferir los pagos. La jueza no aceptó. Tres días después, él manda un horrible panfleto a mi lugar de trabajo. El panfleto es anónimo pero sin duda es escrito por el papá de mi hijo. Dice que soy una el problema comenzó cuando, hace un año y cuatro meses, pedí alimentos. Él pagaba la educación hasta que dejó de pagar. Un día me llamaron de la escuela y me dijeron que ya no podían recibirle porque adeudaba varios meses la pensión. Le llamé al papá y me dijo “paga vos”. Ahí contraté un abogado. Me tocó pagar casi 400 dólares mensuales. Él dijo que no le alcanza, que no tiene, que renunció al trabajo. Hemos probado que tiene un promedio de 600 mensuales en tarjetas de créditos, que tiene un departamento en Quito que arrienda, que sale del país. Él trabaja en un canal de TV. La realidad es que gana más de dos mil dólares, más comisiones, y más ingresos por subarrendamientos. Con eso la jueza le fijó la pensión de cuatrocientos dólares. Yo solo quería que se haga cargo de la educación. Mi afán no era sacarle dinero solo que cumpla con parte de su responsabilidad. Hasta antes de seguir el juicio, era el mejor amigo de mi hijo. Desde el juicio, se olvidó de su hijo y desapareció del planeta. Todo el juicio de alimentos es agotador. No quiere pagar. Miente. Ni con boleta de captura paga. El viernes tuve una audiencia y él intentó diferir los pagos. La jueza no aceptó. Tres días después, él manda un horrible panfleto a mi lugar de trabajo. El panfleto es anónimo pero sin duda es escrito por el papá de mi hijo. Dice que soy una puta y hasta asesina. Me ofendió en el alma. Cuando comencé el juicio, recibía llamadas de gente que me amenazaba “deja de estar en pendejadas o vas a ver lo que te pasa”. No puse denuncia. Pensé que no iba a pasar nada. Me siento muy vulnerable. Él me ha amenazado de muerte, me ha acosado en mi lugar de trabajo, ha topado mi vida, de mi madre, de mi hijo. No quiero que me pase algo a mí. Voy a mi casa, manejando, y siento que me puede pasar algo en cualquier momento. Lloro no por mí, también por él. Cómo puede tener en su corazón la fuerza para hacer tanto daño. Tengo miedo de que me mate. Que me pase algo, no puedo evitar, pero sí puedo alertar. Quiero algo que me ampare y me auxilie. Quiero denunciar.
El matrimonio siempre fue de violencias cotidianas. Hace más de siete años que me divorcié. El único inmueble que teníamos era un vehículo que tenía deuda. Hice como siete denuncias, a veces me separaba pero siempre volvía. Volver era la peor de todo. Cuando nos divorciamos, acordamos que cuando se pague la deuda de un auto que compramos, se lo vendería y se repartiría por partes iguales entre él y yo. Volví con él a pesar del divorcio. Él me confesó algo, que me llegó al alma y me hizo parar la relación. Él se arrepentía de lo que estaba planificando, que era meterme presa. Él quería pasar el carro por todos los peajes, manejado por una mujer que tenía mi estilo. Planeaba vender el carro en Colombia e inculparte por el robo del auto. No sabía o no me había dado cuenta, o no quería darme cuenta del monstruo con el que me había casado y con el que estaba viviendo. Con un resentimiento y con un temor a mi integridad, me separé. A los cinco meses, él presentó una denuncia de robo de vehículo.

La relación con mi hijo estando separada de su padre fue terrible. Ahora están limando asperezas. Con cuatro cosas que él hace es padre maravilloso y yo con dos cosas mal que he hecho soy mala madre. El papá siempre le ha dicho que soy pobre por ser idealista. Él siempre se ha creído aterrizado, exitoso, viajero. Con el hijo la mamá fue la mala, por recordar las obligaciones cotidianas. El papá era el de los centros comerciales, de regalos, de viajes, de paseos, de ropas de marca, de comer fuera siempre, de ir al sauna, al cine. Esa parte era versus la mamá. Siempre, además, le indagaba si llegaban hombres a la casa. Siempre, yo me acuerdo, me llamaba por teléfono y me decía que estaba súper preocupado del hijo. Llegaba para hablar y preguntaba sobre cómo voy e indagaba mi vida. Nada de hablar sobre mi hijo. Al inicio, con mi típico carácter, le decía lo que es, que no andaba con nadie. Hasta que un día me di cuenta que no tengo por qué darle explicaciones de mi vida. Y lo mismo, me llamaba para hablar de mí, me decía que le han dicho que me han visto cogida de la mano de un hombre. Yo le dije que le han dicho mal, que a mí no me gusta coger de la mano sino que me gusta estar bien abrazada. Cuando le digan que estaba bien abrazada de alguien, esa soy yo. Él ya tenía pareja y seguía posesivo. La relación con el papá de mi hijo mejoró con el tiempo: tardó treinta años. Al principio él le ponía en el medio a mi hijo, le inculcaba que teníamos que estar los tres juntos para estar felices. Yo le decía que hay que aprender a ser felices sin los padres, que no siempre estamos y algún rato morimos. Ahora con mi hijo logramos hablar más, pero me da susto tratar el tema de las repercusiones en su vida de la separación. Siempre mi hijo fue la pieza de presión para regresar. Eso es terrible. El padre nunca tuvo una situación cotidiana con mi hijo hasta que, a los once años de edad, mi hijo decide ir a vivir con el papá. Yo le abracé, le dije que teníamos que hablar. Llamé al papá para contarle la intención de mi hijo. Él dijo que cómo va a hacer, que él viaja mucho, que no tiene espacio, que no tiene tiempo. Le dije que teníamos que organizarnos como yo lo hice. Pasó un año y medio desde que mi hijo pidió vivir con él y no le daba respuesta. No quería hablar, pedía que yo resuelva este problema. Un día fueron a conversar sobre el tema. Cuando regresó, mi hijo dijo que no hablaron de nada importante. Nunca le dijo que no quería vivir con él. Nunca pudo decirle no. Al acabar sexto grado, como había decidido, se fue a instalar en la casa del papá. No fue capaz de decir “te vas”. El hijo le demandó al padre y aprendió a ser papá. Yo pasé a otro plano. Extrañar la ausencia de tu hijo chiquito es muy duro. Pero dejé de ser la bruja y pasé a ser la tierna y linda de fin de semana.

A los doce años mi hijo se fue a vivir con el papá. Vivió con el padre y con su abuela. Se matriculó en un colegio de provincia y siguió estudiando. Él estaba acaramelado en una relación y no mucho caso le hacía a mijo. A los cuatro meses quería volver a vivir conmigo. Tripas corazón y no le traje hasta que acabe el colegio, que era unos meses más. Un papá de fin de semana es diferente a un papá de todos los días. Se enteró, porque escuchó y no porque le contó, que su papá se iba a casar. Mi hijo no le perdonó que no le contara algo tan importante, al punto que no fue al matrimonio. Cuando volvió era otro hijo: cariñosísimo, valorando más a la mamá, respetando más a todos. Cuando le corrijo sabe que no es por mala. Está tranquilo, pero le afectó lo de su papá. A veces llora.


EL TRABAJO Y LO SOCIAL


El patriarcalismo es dual. Hombres y mujeres somos criados y educados de forma distinta. Hombres y mujeres tienen roles diferentes y son valorados de forma arbitraria. Otros espacios y momentos donde se proyectan y refuerzas los dualismos y los roles son las citas, la calle, el baile, los cafés, las conversaciones, el trabajo y la política. En esos momentos y espacios se puede apreciar la sospecha de las capacidades de las mujeres, el acento en la sexualidad de parte de unos, el rol de cuidado que acompaña a las mujeres:

Invité a un amigo a salir. El tipo creyó que estaba por poco invitándole a la cama. Yo solo quería conversar con él y pasar un rato. Él pensaba que era una lanzada y que seguro quería algo con él. El afecto amistoso se confunde. Hay un choque. Es súper fuerte después tener que estar aclarando cuando de pronto se te abalanza o te intenta chumar.
Trabajo en una empresa pública. Hay un porcentaje alto de hombres y con las pocas mujeres que estamos es complicado tener empatías entre nosotras. Mi jefa inmediata era una mujer. Me decía: veo que no te has maquillado. Yo le decía que me maquillaba poco. En Navidad me regaló un set de maquillaje. Como hay diversidad de clientes, no podemos ser un robot para que el cliente esté satisfecho, le decía yo. Mi jefe, por su lado, considera que lo técnico era solo para hombres. Una vez contrataron un sociólogo y a pesar que no sabía nada de una cuestión súper técnica, confió más en él que no sabía nada que en las mujeres que teníamos más experiencia. La empresa nos da un homenaje a las mujeres cada 8 de marzo. Es el día en que somos protagonistas. Nos llevan a un hotel carísimo. Las mujeres bajan con joyas, peluqueadas, encopetadas, se compran vestidos para ese día. Si no van arregladas, las mismas mujeres te critican. En un ambiente así ¿cómo practicar la sororidad? En el hotel se arma una fiesta a lo grande, se pone reguetón y compran un millón de cajas de licor. Yo trabajo todo el año y es justo que la empresa me pague todo en el hotel con baile incluido, dicen mis compañeras. Hasta una vez que les discutí me dijeron: “no vendrás a poner el toque y arruinar el día”. Nos hemos metido en la cabeza que esos debemos hacer el 8 de marzo, día de la mujer.
Salir con personas del otro sexo no es espontáneo. Mi pareja no tiene rollo, pero ha sido un aprendizaje. El secreto está en contarle abiertamente y ganarte la confianza de él. Cuando le cuento todo, le estoy demostrando la confianza. Creo que eso funciona.
Los seres humanos somos profundamente afectivos. Vamos queriendo a la gente de distintas maneras y a cada rato. En nuestra sociedad hay estructuras de amor, de pareja, de familia preestablecidas. Por ejemplo, la sociedad nos obliga a ser monogámicas y a tener relaciones solo con el sexo opuesto. Si vamos a un espacio como la universidad es para conseguir un hombre. Casi todos los espacios que te ofrece la sociedad patriarcal son espacios de control social. También se controla el vestuario. Cuando te vistes y no les gusta, te dicen que te vistes como puta. La competencia entre mujeres es tenaz. Las mismas mujeres nos cuestionan cómo hablamos, con quién te llevas, con quién sales, con quién hablas. Si te declaras feminista, tus compañeros de partido te dicen “cuidado porque rompes la ideología de clase”.
Estamos conversando solo hombres. Llega una mujer y se modula muchísimo la conversación.
Mi trabajo ronda a través de la energética del cuerpo. El cuerpo del hombre y de la mujer depende de su historia y del contexto. En la energía corporal, objetos ajenos al cuerpo, como los aretes, pueden alterar o afectar la circulación de la energía. El cuerpo no necesita aretes y estos son impuestos culturalmente. La oreja es un microsistema de energía fractal, donde se refleja todo el cuerpo. Al perforar la oreja, al pintar el cabello y ponerles químicos, al quitar pelitos de la ceja, al teñir de colores los labios, al pintar con químicos los ojos, se incide en el estado de salud y también en los procesos de enfermedad. La salud es un proceso que se construye. Todas estas situaciones como coloración, depilación, perforación, tienen un costo energético.
Cuando eres mujer y haces política, asumes roles masculinos. Si no te paras fuerte, no te respetan. Cuando trabajas con hombres, es mucho más fuerte. Nos ha correspondido asumir roles masculinos. Hombre que sabe dónde ir, tiene clara la película; mujer que sabe lo que busca, arribista. No es el hecho de ser mujeres y ya. Tenemos tres mujeres que dirigen la asamblea nacional y se ha retrocedido en derechos. Yo hice trabajo barrial durante muchísimos años. Las mujeres son las que trabajan y los hombres son los que representan. Falta empoderamiento. Somos mujeres políticas, lideresas sociales, jefas de hogar. Tenemos un montón de cargas sobre nosotras. Cuando eres mujer, tienes que hacer el doble de méritos para que te reconozcan. A la mujer, principalmente las mujeres, le ven todas las costuras. Es una responsabilidad muy grande y creo que el movimiento de las mujeres está creciendo.


EL FEMINISMO, LAS FISURAS Y LOS RETOS


La cultura patriarcal está instalada, con todos sus tentáculos, en cada espacio de nuestras vidas y aparece imperceptible en cada momento. El movimiento que nos ha ayudado a reconocer este problema, a tener conciencia y a combatir el machismo se llama “feminismo”. Uno de los triunfos de la cultura patriarcal es haber eliminado el significado emancipador de esta palabra. Cuando doy clases sobre género y derecho, el primer día pido que alcen la mano las personas que se consideran feministas. Una persona que otra se atreven a alzar la mano. ¿Por qué no son feministas el resto de mujeres y los hombres? Las respuestas son varias: las feministas son unas locas, lesbianas, fracasadas, resentidas... ¿Cómo un movimiento que ha tenido tanta trascendencia pudo llegar a tener esta representación en las personas? Los testimonios que vienen a continuación reflejan las múltiples representaciones que existen hoy en día y la complejidad del problema: logros, estereotipos, estrategias, fines, sentimientos, resultados indeseados, frustraciones, requerimientos. Por un lado, quienes conocen y militan en el movimiento feminista. Por otro, quienes consideran que el feminismo es una “mala palabra” y que ha ocasionado divisiones y exclusiones. Esto nos debe llamar la atención para retomar el contenido emancipador del movimiento y aclarar confusiones:

No soy feminista. Ellas nos han opuesto a hombres y mujeres y nos han enfrentado. La práctica es lo importante, no los discursos.
Las nuevas relaciones, el movimiento GLBTI, el análisis de género, los feminismos cuestionan nuestras formas de relacionarnos. Podemos enamorarnos entre nosotras y con quién queramos. Creo que tenemos que aprender a hacer acuerdos con nuestras parejas y entre mujeres, acuerdos sororarios.
Para desarmar, hay que cotidianizar. Servir la comida por parte de los hombres no resuelve el problema, pero puede ser un primer paso. Hay que ponernos de acuerdo. Los hombres son importantes para desarmar el patriarcado. Los espacios deben ser compartidos y también protegidos. Si los hombres no pueden expresar sus emociones, no pueden, pero se aprende como todo en la vida. El hombre debe pensar qué es ser hombre. La constatación de la existencia de los roles reflejan que no hay igualdad y que las relaciones sociales están atravesadas por el poder.
El feminismo trata de que hay mujeres y que estamos rotas y separadas. Que estemos más mujeres. No tenemos que competir entre nosotras. El feminismo no nos pone en contra sino que trata de unirnos. Somos compañeras, no enemigas.
Estoy consciente de que hay diferencias y estas no son justificables. Soy solidario con la lucha feminista. Sin embargo, hay muchas mujeres que nos hacen sentir como enemigos. Siento que algunas mujeres nos excluyen sin justificación. Creo que los hombres somos fundamentales para cambiar esta sociedad. No somos enemigos. Ese es mi llamado. Siempre me dicen que necesito saber más feminismo, me acusan de ser machista y sin embargo me excluyen. Queremos ser parte y luchar en conjunto con mujeres.
Tenemos interiorizado el sistema patriarcal. Todo está dado para reproducir la visión masculina. Creo que siempre marca y es un reto vivir otra forma el rol que te impone la sociedad. Cuán difícil es trabajar dentro de la casa. A mí me tocó suplir la ausencia de padre y tuve que reproducir roles masculinos. Después de 16 años mi hijo decide ir a vivir con el papá, sin que le haya visto ni recibido ni cuidado, y se queda. Ahora reproduce toda la visión masculina. En qué parte de la vida me quedé yo. Toda la vida trabajando, dando, y te abandonan. Ese es el reto. Tenemos que reconocer que igual reproducimos mucho. Tenemos que tratar de cambiar. Nuestros hijos pasan por la escuela y por muchos espacios que son machistas. La formación en la casa no basta ni tampoco puro discurso.
Voy a hablar como mercadólogo. Yo veo que el feminismo es algo comercial. El 8 de marzo es como algo publicitario, que solo sirve para vender y para comprar, para consumir. También veo que en lo cotidiano, en los trabajos, las mujeres hacen la vida imposible a las mujeres. Y que las mujeres se portan mejor con los hombres. El feminismo solo se queda en un discurso.
La palabra, el constructo “diferencias” debe desaparecer. Debemos clamar igualdad. La igualdad hay que vivirla, hay que materializarla. El constructo de “esto para mayores, esto para mujeres, esto para niñas” tiene que desaparecer. Estamos en una situación en que podemos tomar el control.
No creo en ninguna feminista. En ninguna. Siempre vamos a hacer el mismo rol, seamos solteras, viudas o divorciadas. Tu creces con ese rol y yo siempre digo que lo que se hace costumbre se convierte una obligación: ser buenas mamás, ser buenas amas de casa, ser buenas esposas. La sociedad se impone y se ha impuesto siempre. Y ahora que vengan las feministas y digan que tiene que ser diferente es una estupidez.
Feminismo es una herramienta social importante. Nos da una perspectiva sobre la vida que nos permite ver este sistema jerarquizado. Se necesitan espacios para entender que hay mucho qué decir. Una vez hice una terapia psiconeural. Yo tenía un conflicto personal. Sentía que tenía ausencia de padre. Tuve papá pero no era como esperaba o como creía que tenía que ser. Lo cierto es que no puedo expresar sentimientos y al mismo tiempo, como hombres, tenemos bastante sensibilidad y requerimos expresar sentimientos. En esta situación, por el género, sabemos que debemos aprender a entendernos a nosotros mismos y también a comunicarnos con otros y otras.
El patriarcado está normalizado en la sociedad, generan roles que debemos cumplir y se nos excluye de muchos espacios. De mi mamá, una mujer muy conservadora de quien seguro aprendí el rol como mujer, que educó sola a cinco hijos, también aprendí a luchar cotidianamente. Considero que es importante detectar todas las formas de discriminación y luchar a diario. Hay que construir relaciones más amorosas, más afectivas y no hacer lo que nos ordena el sistema. Los feminismos pueden ser una filosofía de vida. El patriarcado ha creado patrones y también fisuras entre hombres y mujeres. La otra cara del patriarcado no es el feminismo. Hay feminismos que replantean las condiciones de una sociedad y otros que lo refuerzan. Es necesario repensarnos y pensar la institución. Hay que practicar el género en los pasillos, en las clases, en las casas.
¿Por qué no hay organizaciones de hombres así como de mujeres? La razón es que es muy difícil organizar grupos colectivos para abandonar privilegios. Abandonar esos privilegios es imposible sin la presión cerrada de las mujeres. Han cambiado más las mujeres que los hombres y nos llevan la delantera. Tenemos que aprender más de las mujeres que de los hombres.
¿Qué es ser feminista? Una tarea que debemos asumir hombres y mujeres. Se asume que hay un solo feminismo. Para hablar del feminismo, hay que hablar del lugar de enunciación. Tengo la dicha de trabajar en el mundo rural. Debemos construir feminismos no desde la academia. Una cosa son los libros y otra el día a día. Me parece vital desde el lugar donde estamos. No es lo mismo ser mujer como Cynthia Viteri que ser mujer en Sarayaku. Hay muchas opciones y muchas formas de entender el feminismo. Hay que asumir que hay feminismos que han contribuido a tener mayor distancia. Apuesto al ejercicio que han hechos muchas mujeres: no poner nombre sino deseos por delante. No le pongamos feminismos. Estábamos en un taller con las compañeras de Cotacachi y antes de entrar al taller una compañera le dice a la otra “no soy feminista”. El trabajo fue comentar qué nos molestaba. Por ejemplo, en el Comité de Padres en las tareas cotidianas están las mamás y dan la palabra solo a los papás. Hay un sistema que nos ha enseñado a competir entre nosotras. De ahí la sororidad. No somos contrarias, no somos enemigas. Debemos ser solidarias. Debemos aprender de nosotras. Después uno se decía será que somos feministas.
El feminismo no es único, es un conjunto de experiencias. Las jóvenes deben aprender a reconocer el legado y las luchas de nuestras ancestras. Ellas marcaron. Es fundamental un debate para el feminismo y desde el feminismo. Hay que entender y deconstruir el poder. Si el referente es el poder masculinizado, es difícil que podamos hacer una vida integral.
He aprendido que hombres y mujeres somos diversos. No hay per se hombre ni per se mujeres. Una de las cosas que me costó mucho es reconocer mi lado masculino y no aceptarlo. En ese desarmar cotidiano para ir construyendo relaciones, siempre me pregunto: desarmamos para armar o construir qué. Nosotros tenemos construido privilegios en muchos órdenes, no solo patriarcal, también de clase, de trabajo intelectual. Cuando tenemos sistemas de múltiples privilegios, los hombres tienen unos y las mujeres otros. Cómo desarmar esos privilegios cotidianamente. A veces se nos va la vida entera no en vivir sino en construir privilegios. Para mí una palabra que interpela mucho es renunciar. Uno tiene que hacer una apuesta por cambiar. En medio de un sistema que te demanda tener privilegios, salirse es la apuesta. Reconozcamos a todas las mujeres que han luchado hasta ahora. Somos herederas de muchas luchas. Cuando tenemos privilegios tenemos más responsabilidad para generar esas propuestas. Qué se espera de una academia. Esta universidad ha estado siempre propiciando diálogos con sectores sociales. Es hora de dialogar también sobre el género y nuestros privilegios. Es hora de renunciar.


EL DERECHO, EL GÉNERO Y LO COTIDIANO


Muchos textos se quedan en el camino y muchos más se podrían agregar. Hemos presentado algunas pinceladas sobre lo que somos y cómo nos llevamos con los seres más cercanos. ¿Cuál es la relación de estos pedazos de historias con el derecho? La cultura se forma y se transforma en lo cotidiano. El derecho es una de las manifestaciones de la cultura. Unas veces expresa nuestra realidad y otras intenta transformarla. El código civil y las normas que regulan la familia, en su enunciación y mucho más en su aplicación, reflejan la realidad.1 El derecho constitucional y las normas de los derechos humanos que constan además en los instrumentos internacionales, en cambio, prescriben lo que deberíamos ser.2

De los relatos, en unos casos con más intensidad que en otros, se desprende que el dualismo en los roles, en todos los espacios, es una constante.3 El dualismo se agrava además si se considera la carga valorativa que tiene la división. En unas sociedades hay división de roles pero no se valora negativamente. Se dice, por ejemplo, que en el mundo waorani hay distinciones de roles pero son igualmente valoradas.4 En nuestra sociedad (moderna tardía, capitalista, posindustrial, global, hegemónica, neoliberal) existen también roles pero estos están valorados de tal forma que unos son menospreciados y otros sobredimensionados. Se valoran positivamente los roles masculinos y negativamente los atribuidos a lo femenino. Cuando esto sucede, entonces la sociedad se jerarquiza y se instaura la dominación, hay ejercicios inadecuados de poder. Siempre que hay dominación, la consecuencia obvia es la discriminación, la exclusión, el apartheid, la violencia. Todos los testimonios nos hablan de diferencias en la crianza, en la educación formal, en la socialización, en las expectativas, en la pareja, en la separación, en la calle, en el trabajo. Las mujeres, de lejos, tienen más probabilidades de tener restricciones a sus derechos, de trabajar el doble, de ser víctimas de violencia, de estar más controladas, de ser menos libres, de tener menos posibilidades de expandir todas sus potencialidades.

Del lado masculino, si bien los hombres tenemos muchos privilegios, en particular en los espacios que se consideran públicos, también tenemos mucho que perder en una sociedad patriarcal. Hay un lado nuestro que está fatalmente reprimido: la sensibilidad, la emocionalidad, lo femenino, lo tierno, lo comunicativo, además al dedicarnos al espacio público de forma casi exclusiva, dejamos de construir los vínculos propios de los roles de cuidado, que se traducen en el afecto y el amor. Las sociedades patriarcales acaban condenando al hombre a la soledad. Además, sin cuestionarnos, los hombres asumimos un rol que nos empuja a ser violentos.5 Así que todos perdemos.

Volviendo a la paradoja de la media naranja, como se puede comprender en los testimonios, todas las personas quieren estar juntas, pero el patriarcalismo conspira para que estemos separados. Esta forma de generar expectativas de armonía, y al mismo tiempo de realizar prácticas de separación radical, lo que hace es fomentar una sociedad en la que a todos y todas nos va mal. Tenemos que cambiar nuestros valores y nuestras prácticas.

Para que podamos convivir entre hombres y mujeres tenemos que ser criados de forma distinta. Por ejemplo, ejercer el rol de cuidado será más difícil, si es que los hombres no jugamos con bebés peluches, aprendemos a arreglar la casita de muñecas, aprendemos la cocinita, nos enseñan a arreglar la casa y a cocinar, aprendemos a comunicar sentimientos. Lo mismo se puede predicar de las mujeres y su proceso de socialización: aprender a que pueden ser autónomas, a jugar fútbol, a tener carritos. En suma aprender a convivir, ser solidarios, compartir, cooperar, dialogar. Si esto sucede, posiblemente no buscaremos la media naranja, sino simplemente la realización personal, como en el cuento de la pieza perdida que encuentra a su gran “O”: un triángulo busca donde insertarse, su complemento; en sus búsquedas a veces calza pero no de forma perfecta y otras simplemente no cabe; hasta que un día un círculo le enseña que puede completarse en sí mismo y no buscar donde ensartarse. Aprende a rodar y a valorarse a sí mismo.6

Al ser el derecho una manifestación de poder, y al ser hechas las leyes por personas con visiones masculinas, todo acaba siendo un instrumento más para fortalecer el sistema patriarcal. El derecho es masculino.7 Esa visión, que la llevan al parlamento tanto hombres como mujeres, se la construye segundo a segundo, día a día, en la cotidianidad y en todos los espacios.

Algo que llama la atención en más de un testimonio es la percepción sobre el feminismo. Por un lado, mujeres que tienen conciencia de las diferencias y de la dominación rechazan al feminismo. Por otro, hombres que consideran que las personas feministas les excluyen de forma injustificada. Alguien en el taller mencionó: los feminismos son muchos y algunos han generado reacciones como estas. Uno de los triunfos del sistema patriarcal, insistimos, es haber convertido al feminismo –movimiento que tiene propuestas teóricas críticas y emancipatorias– en una palabra negativa. Hay feminismos liberales, diferencialistas, esencialistas, ecologistas, constructivistas, radicales, marxistas...8 No comparto todas las propuestas de algunos feminismos, como aquel que cree que las mujeres son mejores por naturaleza que los hombres y que si tuvieran poder traerán la paz, la armonía y la felicidad.

Badinter demuestra que las mujeres también han participado de hechos históricos violentos y que también son parte del sistema patriarcal.9 De todos modos reconozco que cualquier militancia feminista tiene mucho sentido porque reflejan luchas históricas, vidas de inconformidad y opresión, ganas de transformación, conciencia de sociedades opresivas y excluyentes. Por eso respeto y admiro a todas las militantes de cualquier feminismo. De mi lado, como afirmaron muchas personas en el taller, considero que hombres y mujeres tenemos mucho que perder en la sociedad patriarcal, tenemos muchas responsabilidades en esta sociedad, y también podemos todos y todas alterar esta cultura patriarcal. Si alguien está inconforme con la dominación y lucha por eliminarla, entonces es feminista.

Si el derecho es masculino y fortalece la sociedad patriarcal. Si la sociedad patriarcal se origina y se construye en lo cotidiano. Entonces, en este círculo vicioso, cambiando lo cotidiano, lo inmediato, se puede cambiar el derecho; y también cambiando el derecho se puede alterar la realidad.10 Insistimos: el problema del mundo en que vivimos es un problema de valores, principios y concepciones. Así como los ecologistas piden cambiar la forma de ver el mundo y la naturaleza, y todo lo que implica en lo cotidiano (patrones de conducta, alimenticios, de consumo), así el feminismo demanda cambiar las formas de valorar, de asignar, de experimentar los roles. Si lo importante, lo más importante y de lo que depende la sobrevivencia del ser humano, es lo reproductivo, el cuidado, la espiritualidad, los vínculos, el amor, el respeto, posiblemente la sociedad patriarcal, y el derecho que la sustenta, desaparecería y viviríamos un mundo más humano, menos doloroso, más inclusivo.

Notas


1 Véase Margrit Eichler, “Cambios familiares: del modelo patriarcal al modelo de responsabilidad invidividual en la familia”, en Ramiro Ávila Santamaría, Judith Salgado y Lola Valladares, comp., El género en el derecho: Ensayos críticos (Quito: MJDH, 2009)..

2 Véase Alda Facio, “La Carta Magna de todas las mujeres”, en Ramiro Ávila Santamaría, Judith Salgado y Lola Valladares, comp., El género en el derecho. Ensayos críticos.

3 Linda McDowell, “La definición del género”, en Ramiro Ávila Santamaría, Judith Salgado y Lola Valladares, comp., El género en el derecho: Ensayos críticos, 13.

4 Laura Rival, Hijos del sol, padres del jaguar. Los huaorani de ayer y hoy (Quito: Abya-Yala, 1996), 156.

5 Javier Omar Ruiz, Masculinidades posibles, otras formas de ser hombres (Bogotá: Ediciones desde abajo, 2015), 14.

6 Shel Silverstein, The Missing Piece Meets the Big O (Nueva York: Harper Collins, 1984).

7 Frances Olsen, “El sexo del derecho”, en Ramiro Ávila Santamaría, Judith Salgado y Lola Valladares, comp., El género en el derecho: Ensayos críticos, 146.

8 Para aclarar las distintas escuelas, véase Isabel Cristina Jaramillo, “La crítica feminista al derecho”, en Ramiro Ávila Santamaría, Judith Salgado y Lola Valladares, comp., El género en el derecho. Ensayos críticos, 113-21.

9 Elizabeth Badinter, Fausse route (París: Odile Jacob, 2003).

10 Véase Alda Facio, “Metodología para el análisis de género del fenómeno legal”, en Ramiro Ávila Santamaría, Judith Salgado y Lola Valladares, comp., El género en el derecho. Ensayos críticos, 195.

BIBLIOGRAFÍA


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